Imaginen que tienen todo el tiempo del mundo.

Imaginen que Werner Herzog los invita a volar en unos de sus helicópteros mosquito. Juntos documentan un travelling aéreo a una velocidad exageradamente lenta, constante. En este viaje, sobrevuelan extensas llanuras, surcadas por mesetas de suaves ondulaciones. Hay momentos en que no saben si vuelan o flotan; hay momentos en que el cielo se llena de agua y asemeja una pecera, de mamíferos prehistóricos o de pájaros pterodáctilos, que cruzan pomposos su campo de visión sin hacerles daño. Todo el tiempo sienten que algo se les escapa, que algo se desliza por su cuerpo con una suavidad inefable.

Producido entre 2004 y 2007, Calmao, segundo disco de Diego Morales, manifiesta su distancia temporal y lírica con un pulso alejado de toda prisa, abriendo el campo de la interpretación a sensaciones etéreas e imágenes llenas de colorido. Cuenta con la colaboración instrumental de Leonardo Ahumada (Nawito), y diseño de carátula de la mano de Daniel Riveros (Gepe). Todos estos nombres, y la misma figura de Morales (integrante de Fredi Michel y músico de Javiera Mena), se mixtan y se mimetizan en capas sonoras al borde del silencio cósmico, en una búsqueda constante de figuras arquetípicas, casi inconcientes. Nombres de canciones como ‘Fumigador’, ‘Nausea’, ‘Antigua’ o ‘Tatu’ sólo dan atisbos, miradas de reojo para entrar a sus sus atmósferas en movimiento y transformación.

A diferencia de El Dub De Los Pobres (Luna, 2003), Morales ha trasladado su visión del dub y la electrónica a un fondo más subterráneo. Lo que, a primera vista, podría ser sólo un gesto de electrónica depurada y simplista, bajo la lupa del oído se revela como un juego de desintegración, pulverización y deslizamientos de loops llenos de niebla, que murmullan palabras arcanas cuyo fin es la hipnosis de los sentidos. Hay rasgos de la electrónica pastoril de Pole, Pan American y de esa obstinación fría de Autechre o To Rococo Rot, pero si establecemos cruces abiertos en el terreno de la globalización, también está la mirada posmoderna de William Basinski, quien toma ciertos patrones, los repite una y otra vez y deja que vayan decantando hasta convertirse en una deformación de la idea primaria. En el caso de Calmao, los acentos sintetizados, muy acordes a la electrónica new age de fines de los ochenta –y de bandas sonoras para películas submarinas como Azul Profundo, de Luc Besson- le dan mayor concreción y variedad a las atmósferas, pero nunca son pinceladas que rompan una emotividad tranquila, un ritmo ralentado y, sobre todo, el clima templado que le da el tono isotérmico al álbum.

Por último, Calmao también cabe en la definición de un disco ambient, si entendemos bajo esta etiqueta un conjunto de canciones que, por su abstracción, bien se prestan para el amanecer, para los momentos tranquilos de lectura o descanso en tu habitación, o los recorridos crepusculares por el campo y la ciudad. Su potencial reside en su gran adaptabilidad a distintas situaciones cotidianas, como si fuese una banda sonora de los pensamientos. Su calidez evoca cierto ánimo melancólico que, desde el primer play, sabe familiar. Es que la melancolía también puede ser la calma.