Aparecido en febrero de 1994.

Los famosos artículos que el periodista Simon Reynolds escribió para Wire y Melody Maker sobre el post rock -a mediados de 1994- no sólo contribuyeron a crear una escena donde nunca la hubo (y una posterior etiqueta a la que años después se rehuía como la peste), sino que también puso a disposición del público una infinidad de caminos para buscar. Desde los supuestos compañeros de escena (tan diferentes entre sí que antes de la etiqueta a nadie se les hubiese ocurrido agruparlos) al krautrock, la música industrial de principios de los 80s, el free jazz y una multiplicidad de referencias más, o menos, solapadas.

Disco Inferno aparecía en este artículo gracias a su segundo álbum D.I. Go Pop, publicado bajo la etiqueta Rough Trade. Atrás quedaban sus primeros trabajos para el pequeño sello Ché, quienes fueron testigos de la vertiginosa evolución de tres post adolescentes fanáticos del post punk y que decidieron abandonar las guitarras –cuenta la leyenda- tras asistir a un concierto de Young Gods. Más por impericia que por convicción, los primeros registros de Disco Inferno sonaban demasiado cercanos a sus referentes (el recopilatorio In Debt (Carrot Top, 1995) puede dar cuenta de eso) pero en 1992 todo cambió con la publicación del EP Summer’s Last Dance (Rough TRade). Siguieron dos EPs que continuaron este camino exploratorio y que se verían coronados en febrero de 1994 con un álbum fuera de toda norma y contexto.

Ian Crause, el líder del trío, declaraba que su banda era de realidad virtual y de ahí la necesidad de readaptar el rol de los instrumentos mediante tecnología MIDI. La revelación tuvo lugar luego de convertirse en un verdadero obseso del trabajo de The Bomb Squad para los discos de Public Enemy. El futuro debía ser entonces a partir del sampler. Es así como para Disco Inferno, todo sonido podía ser recontextualizado y convertido en una canción de formato pop (lo del título no era nada irónico). Sea una risa infantil, un trozo de Bitches Brew de Miles Davis, agua corriendo, o lo que venga. Cualquier cosa podía ser parte de esta realidad virtual.

Quizás por esto mismo, D.I. Go Pop es un disco que suena agreste. Aun en sus momentos de mayor dulzura (‘Footprints in snow’, por ejemplo) hay una sensación de desazón continua. De ahí que las comparaciones con los dubitativos androides de Philip K. Dick no resultaban descabelladas en lo absoluto. Todo suena tan prístino y transparente que parece una falsificación. Pop de guitarras, sin guitarras. Manipulación digital en formato rockero. Descontextualización total.

El resultado del disco dejó al grupo medianamente contento. Estaban conscientes que estaban avanzando un camino muy poco explorado pero su vocación pop no estaba satisfecha. Lo intentarían de nuevo bajo los mismos preceptos pero con una mirada algo más festiva. ¿El pop virtual de Crause podía ser optimista? Por supuesto que sí. Pero su sello se sintió intimidado ante lo inusual y retrasó Technicolor hasta la exasperación del trío, que acabó disolviéndose antes de su publicación en 1996. Irónico, considerando que ese trabajo contenía lo más cercano a un hit que tuvo Disco Inferno en toda su carrera (‘It’s a kid’s world’).

D.I. go pop sigue sonando fuera de contexto. Posiblemente siempre siga así y he ahí su mejor triunfo.

*Todas las semanas revisamos un clásico contemporáneo. Algo para hacer memoria reciente.