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El problema con el nuevo disco de Earlimart es que es demasiado bonito. Bonito en el sentido de un departamento piloto o una escultura afuera de un banco multinacional. Lindo, muy lindo pero tan obvio que molesta. Eso no sería un problema si Earlimart no hubiese sacado, con la colaboración de sus amigos de Grandaddy, dos discos previos –Everyone Down Here (Palm Pictures, 2003) y Treble & Tremble (Palm Pictures, 2004)- que funcionaron como un refugio de potente indie pop oxidado de guitarras con loops robóticos, sucio como los inicios de Sparklehorse, pero con las dosis suficiente de emoción para cantar los coros a grito pelado.

Entonces, ¿qué le pasó a su hombre ancla Aaron Espinoza que sacó un disco como Mentor Tormentor? El disco completo suena como un tributo literal -no de referencias lejanas- a sus artistas favoritos y al escucharlo por primera vez, no se sabe si se le coló por error en el playlist una canción de Elliot Smith en ‘The world’, una de Aimee Mann en ‘Happy alone’ o un lado B de último disco de Mojave 3 en ‘Don’t think about me’.Como un pastiche de producción perfecta, donde los teclados y las cuerdas suenan inmejorables y las voces cada vez más melosas, una se pregunta qué pasó con el Earlimart más ambicioso. Algo de eso hay en la estupenda ‘Fakey fake’, que con un tempo suave, contorsiona sonidos hasta volverlos fantasmas, aplica guitarras en distorsión y muestra lo que mejor sabía hacer la banda: rockear sin bulla y pedir a lo menos algo de esfuerzo al escucharlos. Lamentablemente esa canción es de las pocas excepciones en el disco: o bien se va en un pop absolutamente inofensivo de cierta angustia existencial para explotar en coros perfectos para una sitcom de frases agudas como en ‘Answers and questions’ o intenta un arranque de guitarra de tarro adolescente en ‘Everybody knows everybody’, que suena a un ejercicio obligado para justificar su estética anterior, pero ya sin esa chispa de subterráneo oscuro.

Mentor Tormentor es una entrega sin errores y mansa al oído. Con dosis controladas de melancolía, que terminan en silbidos alegres, coros grandilocuentes o en guitarras tan restringidas como la duración de las canciones. Después de varias escuchadas, aparece como un disco correctísimo de easy listening, perfectamente ejecutado y concebido que no molesta nadie. A nadie que no haya disfrutado Everyone down here. Toda una decepción.