La insistencia de la prensa angloparlante por establecer lazos entre el pop psicodélico de Panda Bear (Noah Lennox) y el trabajo de El Guincho (Pablo Díaz-Reixa) ha logrado opacar el verdadero trasfondo que yace en la música del canario. Si Lennox explora el legado de Brian Wilson asociándolo con un “sentir” californiano, Díaz-Reixa profundiza en un sonido que une las costas de Brasil, África y, especialmente, el Caribe. Una intención que quedó en evidencia a mediados de este año con la publicación del EP Piratas de Sudamérica vol. 1 (Young Turks), donde El Guincho tributaba a distintos compositores latinoamericanos asentados en la tradición del son, el mambo, el merengue y la salsa.

En este contexto aparece Pop negro, un trabajo que a pesar de tomar cono punto de partida el ideario explorado por Díaz-Reixa con anterioridad, expone una arista completamente distinta. El Guincho parece dejar a un lado ese afán enciclopédico que primaba en Alegranza (2008, Discoteca Océano), que bien podría resumirse como una antología musical de raíz afroamericana en base al sampleo, para dedicarse a profundizar aspectos más concernientes a lo estrictamente musical. A  desarrollar la forma por sobre el fondo.

Primera sorpresa: en Pop negro la voz toma un protagonismo inusitado (¡se entienden las letras!) y ya no es una textura más en esa muralla sonora de samplers que El Guincho sobrexplotaba en su primer trabajo. Y es que, segunda sorpresa, el uso del sampler ha sido minimizado, dando espacio para que aparezcan steel drums, marimbas, congas, trompetas, saxos e, incluso, coristas. La introducción de estos elementos -voz e instrumentación- hacen que las composiciones de Díaz-Reixa ganen en cuerpo lo que pierden en espontaneidad. Un punto frágil, si consideramos que en su anterior LP todas las canciones parecían estar condicionadas a un actuar instintivo y no a la mano rigurosa de un productor musical. Por lo anterior, en Pop negro algunas canciones pierden fuerza ante lo premeditadas y sobreproducidas que suenan. Ese experimento de ambient tropical que es “Danza invinto”, la horrible cruza entre psicodelia expansiva y reggaeton de “Ghetto fácil” o la deslavada “(Chica-oh) drims”, parecen hundirse en las cálidas aguas del caribe más que surfear sobre ellas.

Sin embargo, cuando los recursos mencionados son llevados a buen puerto los resultados son impresionantes. Si se presta atención a la monumental “Bombay” (una de las mejores canciones del año en curso), al desarrollo rítmico in crescendo de “Soca del eclipse” o a las armonías corales de “Novias” (un tema que debe tanto al dominicano Juan Luis Guerra como al funk de las favelas brasileras), está claro que el canario es capaz de armar redondas canciones pop que logran que olvidemos los desaciertos de Pop negro y, por sobre todo, las inútiles comparaciones con Panda Bear y toda la sosa neopsicodelia estadounidense.