elperrocover.jpg

La sueca Sarah Assbring (aka El Perro del Mar), debe tomar mucho litio. O un medicamento lo suficientemente potente para que la saque de la perpetua depresión en la que parece vivir y que la empuje a un fase maniaca donde el tedio, la desesperación y la soledad más absoluta se transforman en empeñosas canciones pop sesenteras, de esas que rebotan en cada coro y que pueden cantarse en armonía en la playa. Por eso, su debut homónimo suena como Camera Obscura en versión suicida, con la mitad de los instrumentos y un tercio de las melodías.

Con su voz lastimera, la pobre mujer abre su disco con ‘Candy’ entre platillos y un teclado Roland diciendo que irá a comprarse dulces el sábado por la noche, desesperada por no saber qué hacer con su vida. Después querrá escaparse de quien le hizo daño y colarse a una fiesta ‘Party,’ reconocerá entre un coro adictivo de suecas a go-go que nadie la entiende en ‘People,’ en ‘This loneliness’ dará cuenta con su guitarra de palo que la soledad ha ocupado el lugar de un amigo fiel, sólo para cerrar el álbum con un ejercicio a lo Shirells con ‘Here comes that feeling’ donde reseñará el horror de reconocer qué ya se está empezando a sentir perturbadamente sola otra vez, acompañada de saxos y aplausos entusiastas de salón de baile. Simple y efectivo, el disco se deja escuchar como el pop sueco que es, sin complicaciones y con un conocimiento del formato más que correcto. Y sin ser novedoso, el problema de El Perro del Mar no está en su falta de originalidad sino en cómo interpretarlo. Porque si esta persona que canta sobre estar triste todo el día y pensar sobre ello en la noche es un personaje, y la gracia de Assbring está en escribir las letras más patéticas con el sonido más dulzón, entonces el álbum pierde en honestidad y se transforma en un artificio irónico que bien podría dar para un par de canciones y no para un disco entero. Pero, si por otro lado estamos escuchando sufrimiento trasmutado en una suerte de terapia sonora, que hace sonar los momentos de conciencia de indefensión absoluta en una seguidilla de pah pah pahs, entonces lo más probable que ahuyente a los auditores que más podrían sentirse enganchados con su música: los que se han sentido en mayor o menor grado como ella. ¿Quién, que no sea un masoquista consumado, querrá ser recordado por casi una hora de ese instante justo donde la tristeza se apodera de todo y no es posible escapar? Y ahí hay otro problema, porque si Sarah Assbring no cantara más sobre lo miserable que se siente como lo hizo en sus EPs y en esta compilación que es El Perro del Mar, ¿qué la distinguiría entre tanto nórdico amante del pop que agarra una guitarra?

Definitivamente no recomendado para la gente con poca tolerancia a la autocompasión.