Hace diez años, la banda Tus Hermosos, capitaneada por Sebastián Carreras –mentor del sello ??ndice Virgen y líder de Entre Ríos– editaba Anatomía de Melancolía, su único disco. Ahí nos encontrábamos con una colección de canciones titubeantes que se caracterizaban por la baja fidelidad de su registro y la utilización predominante de guitarras. El disco, un claro reflejo de su época y del optimismo reinante en cuanto al surgimiento y posibilidades de desarrollo de un sello independiente, dejó algunas melodías ingenuas y frágiles que, vistas hoy, se erigen como el germen del nuevo sonido de Entre Ríos.

Concluida esta etapa, Carreras armó Entre Ríos de la mano de Gabriel Lucena –en su rol de arreglador– y conciente de sus limitaciones vocales, decidió entregar el micrófono a la cantante Isol. El viraje sonoro también fue notable: las guitarras pasaron a un segundo plano para dar paso a un electro pop de sonido lánguido al que la volátil voz de Isol le calzaba perfecto. Por momentos, ese rediseño funcionaba bien y se tradujo –en el mejor de los casos– como el complemento ideal para las previas de chicos más adeptos al baile tímido y privado que a la liberación pistera. Pero ese tono lánguido omnipresente y algunas buenas ideas a medio cocinar –a las canciones de Entre Ríos siempre parecía faltarles un golpe de horno– minaron la evolución de la banda. Primero se fue Isol. Su reemplazante, Paula Meijide, tampoco duró mucho. Se imponía un necesario y rotundo golpe de timón.

La esperada reacción comenzó a insinuarse en Onda (2005), su entrega anterior: un disco refrescante, colorido y sí, con más onda. Esa tendencia encuentra una expresión acabada en el último y homónimo disco de la banda. Entonces, patada al rincón de los sintetizadores –que, no obstante, persisten en algunas delicadas tonalidades– y a abrazar nuevamente las guitarras cálidas, los bajos que se hamacan y las bondades de un kit básico de batería. Claro que, este barajar y dar de nuevo en cuanto al sonido no serviría de mucho si no estuviera acompañado de una inspirada colección de canciones que hacen del pop de guitarras orgánico, dulce y hormonal, su mapa de ruta. En ese sentido, hay que decir que la expresividad de la voz de Rosario Ortega es un valor agregado que dota de alma a las nuevas y cuidadas melodías de Entre Ríos. Incluso la manera de cantar de Carreras –quien se hace cargo de ese rol en cuatro de los temas del disco– evidencia una evolución digna de remarcar.

¿Y de qué van estos 36 minutos? Podemos hablar de motown, del pop de cámara escocés (“Usas” parece la adaptación del “My Girl” que podría hacer Camera Obscura) y, ya que estamos con los escoceses, de cierta banda de hermanos con pelucas emblemáticas a los que conviene recordar por sus hermosos discos antes que por sus recientes y lavados shows. De hecho, una de las particularidades del nuevo sonido de Entre Ríos es la economía y sequedad de una batería que Romina D´Angelo –la otra chica nueva- ejecuta de pie.

Cambió Entre Ríos. Atrás quedaron esa dejadez sintética y calculada, esos shows erráticos. Estamos ante una nueva banda, un grupo que decidió cambiar para no desaparecer; y que de paso, lo hizo con sus mejores canciones a la fecha. Con este disco, Entre Ríos se juega y nos entrega justo lo que pedíamos: ni más ni menos que un poco más de entusiasmo.