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El ritmo llevado a punto de percusión e inocentes sintetizaciones de Let It Die (Arts & Crafts, 2004) ha evolucionado a una atmósfera sonora mucho más instrumental en The Reminder, más sólida, más espesa y, por lo mismo, un poco más escurridiza. Con su tercera entrega Feist se acerca más al intimismo poético de Chan Marshall (Cat power) que a los jugueteos antifolk de Regina Spektor, incluso se percibe un trabajo con los matices de voz bastante más ambiciosos que los susurros de su debut. Es decir, en The Reminder es posible apreciar en plenitud toda la amalgama de posibilidades de la voz de la canadiense, que puede ir desde un suspiro agudo a un grave soul o a una potente impostación. Esto puede ser bueno y malo a la vez, porque lo que pierde de dulzura y encanto lo gana en densidad sonora y enriquecimiento instrumental, ya que cuenta con un conjunto de sonidos mucho más trabajados que los sintes y los bajos de Let It Die ( que por cierto tenían su encanto, no por nada tuvo tanta acogida).

En consecuencia disminuyen las posibilidades de que aparezca en otro spot de televisión ilustrando la “felicidad de vivir???, pero en cambio su mezcla de bosanova con folk en código pop-rock y con toque de songwriter se vuelve mucho más interesante. Y es que, en el caso de que su música esté dando referencia sobre el momento que atraviesa en la vida, podríamos concluir que está más interesada en la introspección de sí misma y en las diferentes posibilidades del rock clásico que en hacernos vibrar con otro hitazo como lo fue en su momento ‘Mushaboom’.

Grabado en un retiro en Francia tras la extensa gira de Let It Die, este tercer trabajo de Leslie Feist cuenta con la colaboración de personajes como Mocky o Jamie Lidell, además de su banda de apoyo. Creado en un ambiente de relajo y en buena compañía, aún con sus vetas más rockers la intimidad que logra generar el disco es perceptible a la primera escucha, con ruidos de pasos y puertas que se abren, un habitar el espacio literalmente, que se conjuga con las guitarras acústicas, con los ritmos y con los coros a los que Feist ya nos tenía acostumbrados. Abre el disco ‘So sorry’, con un tempo calmado y con una voz llena de texturas; un verdadero lamento. Un aire nostáligo y triste, pero dulce, que también se experimenta en ‘Park’, canción que fue grabada mientras Feist tocaba su guitarra en un parque acompañada del sonido ambiente que hace un entramado de pequeños ruidos que le otorgan una orgánica a la canción difícil de conseguir de otra manera, para derivar en un jazz intensísimo en ‘Water’.

El segundo single del disco ‘My moon, my men’, co escrito junto a González, es el primer indicio de la veta rockera sobre la cual trabajará todo el álbum, entiendiendo por rockero a un par de guitarras con punteos a la americana y acompañada a veces por piano y/o bajo, muy a lo Carole King o a lo más fuerte de Rosanne Cash.

‘1234’, el sinlge promocional, presenta un coro ochentero algo épico y climático, para luego ir a un pop guitarreado y pausado en ‘Brandy Alexander’, un tema bellísimo compuesto junto a Ron Sexmith.

Feist sigue una línea y se perfila con esta tercera entrega como una artista intermedia, sin pertenecer a ningún estilo en particular, lo que hace es refugiarse en cada código, ya sea del blues, del jazz, o del gospel como en ‘Sealion woman’, guiada por una intuición privilegiada y probablemente por un gusto muy refinado. Echando mano a raíces musicales y agregándole su propia manera de entender cada ritmo Feist en tan sólo tres álbumes, sin contar los remixes de Open Season (2006), ha construido una personalidad en el círculo de cantautoras pop-folk reconocible y auténtica, lo que es todo un mérito por estos días. Poseedora de una ternura que se desliza por cada tema, es difícil no caer encantado ante sus ritmos tan bien elaborados y por los cálidos sonidos de cada canción, como ocurre con ‘How my heart behaves'” que sumerge en un espacio que pocas veces tenemos el agrado de experimentar.