fiery-furnances.jpg

Si algo podemos decir de los Fiery Furnaces, es que, al igual que los personajes de sus historias, ellos parecen vivir en un mundo donde las leyes geográficas, temporales y del sentido común no se aplican. En nuestro mundo, Tower Records y Virgin Megastore están cerrando. Las bandas tributo nos recuerdan aquellos tiempos en que las fiestas eran amenizadas por covers de Little Richard, Carl Perkins y Chuck Berry. De vez en cuando, se escuchaba un tema desconocido. Ese pequeño aporte a la historia del rock.

Lejos del mundanal ruido (si, el viejo single de 45 se ha reencarnado en el Mp3), existe gente como Matthew Friedberger, para quien un disco como Quadrophenia de The Who es un disco normal y las operas rock son algo a que aspirar. Todo esto en sus propias palabras. Mientras, en alguna otra parte del mundo, su hermana Eleanor se pone las botas para pasear con Kapranos.

Ya en su primer disco, Gallowsbird’s Bark (Rough Trade, 2003), los hermanos Matt y Eleanor nos mostraban su particular visión del garage blues, del folk, y del rock. Para el oyente poco atento, sonaban como primos de los White Stripes. Prestando atención, era fácil distinguir como, hacia el final del disco, la estructura de cada canción comenzaba a colapsar ante la historia. En su segundo disco, Blueberry Boat (Rough Trade, 2004) deciden que la única manera en la cual sus imágenes pueden llegar a ser sostenidas en una sola canción, es cambiando la estructura de ésta, de circular a lineal, utilizando los intrumentos de forma narrativa. Es así como resucitan un formato mucho más amplio: el álbum conceptual. Se dan cuenta de que sus temas no están hechos para la radio, y lanzan un par de singles, recopilados junto a sus respectivos lados b en el disco EP (Rough Trade, 2005).

Blueberry Boat les dio la confianza suficiente para embarcarse en contar la historia que dio origen a todas las demás: la de su propia familia. Teniendo como maestra de ceremonias a su propia abuela, Olga Sarantos – a quien le dedicaron su primer disco -, Rehearsing My Choir (Rough Trade, 2005) es lo más cercano que han estado a hacer un programa de radioteatro. En Bitter Tea (Fat Possum, 2006) regresan de su viaje al pasado e incorporan más elementos electrónicos que de costumbre. Se asumen de una vez como lo neo-psicodélicos que son, dándose el lujo de explorar las gracias del backmasking o arte aquél de grabar pistas invertidas de voces e instrumentos. A modo de divertimento, Matthew lanza un disco solista que son en realidad dos, Winter Women/Holy Ghost Language School (859 Recordings, 2006) mitad Elliott Smith en ácido, mitad un libro para ciegos escrito por David Lynch.

En su último disco, Widow City (Thrill Jockey, 2007), hacen caso omiso de las leyes cíclicas del rock, y en vez de regresar a 1978 en compañía de Gang Of Four, Television, Joy Division o The Fall como todas las nuevas “grandes” bandas, se recluyen en 1974 y graban su disco más hard rock a la fecha. Rock duro, sin olvidarlo, en sus propios términos.

Manteniendo su formación de siempre, esa donde Matt toca todo menos las baterías, Eleanor canta y hay un baterista invitado, han logrado rescatar el rock presente en su primer disco, expandiéndolo a nuevos niveles (el comienzo de ‘Navy Nurse’ parece un outtake del Physical Graffiti de Led Zeppelin), sin defraudar las expectativas. Siguen utilizando los instrumentos de una forma narrativa, tal como antes (el final de ‘ExGuru’ asemeja una tormenta), y logran en promedio final y a primera oída, su disco más accesible hasta la fecha. ‘The Philadelphia grand jury’, tema incial, es una versión a escala del todo. Al igual que éste, el disco está dividido en tres segmentos: una introducción increíblemente pop que se extiende hasta una irrupción de guitarras (el explosivo final de ‘Clear signal from Cairo’), que anuncia un segmento más denso y experimental, basado en un fondo de guitarras y baterías saturadas que hacen que Eleanor suene a ratos como Patti Smith y – más literarios que nunca – cierran el disco con un epílogo sinfónico muy a lo Blueberry Boat, que parte en ‘Wicker whatnots’ y concluye en la cabaretera ‘Widow City’.

Si en un comienzo la prensa los creía clones de los White Stripes, pues ahora ya estarán convencidos de lo contrario. No por nada, este es el primer disco en que los Furnaces aparecen en la carátula. Completamente asumidos como los viudos del rock que son; es en esa ciudad perdida donde residen. Criados entre discos fieros y monumentales que ya a nadie le importan. Discos empolvados y perdidos en los estantes de hace 33 años atrás. Como dice el refrán, “de tal palo, tal astilla???. Pues, este disco se mueve bajo esas mismas leyes.