46434_streethorrsing.jpg

Tengo un sistema de reciclaje para dar valor a la escucha de emepetrés. Mi pendrive de 1 gigabyte soporta casi diez discos descargables. Cuando llego al tope, elimino el más antiguo. Aquellos que no me gustaron, los borro; si me gustan mucho, lo traspaso a la carpeta “Destacados mp3??? de mi escritorio. Son pocos los discos que duran más de un mes en mi pendrive, considerando el flujo veloz de novedades. Uno de esos fue Street Horrrsing, el debut de Fuck Buttons (Bristol, Inglaterra). Y cada vez que necesitaba hacer espacio para nuevos discos, no lo borraba, aunque tampoco quería escucharlos.

Si bien tiene seis canciones, lo más extenuante de Street Horrrsing es que son composiciones de largo aliento y casi todos encadenadas –a excepción del último track, “Colours move”-. Y lo más importante: para vivir la experiencia en plenitud, lo más recomendable son los altos decibeles y no poner stop. Consejo de suicida, claro, pero el que sabe, sabe.

Recuerdo dos interacciones con la música de Andrew Hung y Benjamin John Power: la primera es en los alrededores de Chillán, en medio de la naturaleza invernal y tapado por audífonos gigantes, donde la música recobraba su efecto prístino y las suites tribales y sicodélicas tenían un impacto bruto y libre de coordenadas espaciales, digno de extravío para deambular sin rumbo. El otro momento es un viaje cotidiano en bicicleta en medio de Santiago: entonces los sonidos agudos y rugosos, y en particular la insistencia de “Race you to my bedroom_Spirit Rise”, punto álgido de nihilismo electrónico -ya bien encaminado sobre las pupilas de Wolf Eyes- provocó fuertes dolores de cabeza que me obligaron a parar. Recordemos que Street Horrsing fue grabado por John Cummings de Mogwai y masterizado por Bob Weston de Shellac. Digamos que los maestros y los discípulos tramaron un demonio colosal, golosina caníbal que se revuelca y no deja indiferente a nadie.

El pendrive ha sido diseñado para la calle, para caminar o ir en bicicleta. Fuck Buttons ha sido diseñado para matar personas o pulverizarlas en la conciencia. O, por el contrario, para atornillarte a la tierra en giros lentos e incisivos. Entre el mundo que te rodea y la música erosiva que estos ingleses filtran por tus oídos, hay una barrera, un campo de resistencia. Una belleza demasiado particular a precio de ser incomprensible para la gran masa. Fuck Buttons gozan del noise, de la destrucción de las palabras, de la saturación sonora, de la abstracción en viscosos drones y la repetición de patrones matemáticos y de las melodías fantasmales y cristalinas. Someten a sus auditores a sus viajes sicodélicos en dosis acumulativas y densas de sonido. O mejor dicho, buscan que el auditor comulgue con su espiritualidad bizarra que se nutre del metal existencial del viejo post-rock, del krautrock en su vertiente machacada, del ruidismo dance de Excepter y el asalto atrevido de Caribou (quien los ha sumado a sus escenarios), del ánimo lisérgico del Pink Floyd de Ummagumma, vagando también por las ruinas de Pompeia. Y entremedio del bosque, esas melodías dulces, casi infantiles y angelicales, intactas en la memoria y puestas en choque con el infectado soporte.

Ver sus videos en vivo permite entender mejor el rito. Tocan enfrentados cara a cara, y ambos se reparten entre varios laptops, sintetizadores, un efecto de distorsión vocal, un timbal de piso y pedales varios. La imagen es caótica, pero su manipulación es precisa y primitiva al mismo tiempo. Baja fidelidad y avant-garde, jolgorio bestial y concentración matemática. En fin, joder los botones y convertir la calle en un canto colorido y horroroso.