Grinderman es una  película de terror. Pero de las pavorosamente buenas. La perfecta ocasión para suspender el juicio de realidad, sacar a pasear un rato al espíritu sadomasoquista y gozar con un par de muertes absolutamente merecidas. O sea, una buena cinta sobre el infierno como Dios manda. Siendo coherente con la analogía, digamos que la originalidad de este comentario también ha fallecido, porque la estética del regreso de “la otra banda” de Nick Cave se basa explícitamente en secuencias basadas en el mejor-peor cine de terror. De la mano de unos cortos obra de John Hillcoat y con unas letras sobre lascivia y monstruos abominables; junten miedo, porque King Ink ha vuelto.

Ahora, seamos sinceros, lo verdaderamente terrorífico no son tipos con complejos de Edipo no resueltos en la cabeza y máscaras de hockey en la cara. Hay cosas definitivamente peores, como el paso del tiempo. O sea, si tienes cincuenta cumpleaños felices encima, posiblemente te quedan sólo dos opciones: la soga al cuello o el Cadillac descapotable. Indignas son ambas, aunque la corbata bien anudada parezca mejor que la boina para esconder la calvicie. Cuando se han tenido cincuenta desde que se empinaba por la veintena (como el bueno de Chris Martin, si me apuran) no hay problema. Pero si se ha asustado a las señoras beatas cuando ha correspondido, la “madurez” puede ser un trago algo amargo. Como el caso del australiano Nick Cave, quien paseó sus adicciones y escupió sus maldiciones desde los tiempos de Birthday Party a fines de los ‘70, luego con los Bad Seeds en los ‘80 y ‘90, hasta que preparó un plan anticipado de jubilación con dos discos hermosos, pero algo soporíferos a principios de siglo.

No more shall we apart (Mute, 2001) y Nocturama (Mute, 2003) eran perfectos paliativos para los huérfanos fans de Leonard Cohen, pero, si me apuran, para gentlemen de sombreros y líricas grises  déjennos al querido Leonard, que aun dicta cátedra en vivo a sus respetables 75 años. Con el antecedente estimulante del disco doble Abattoir blues/Lyre of Orpheus (Mute, 2004), nuestro acólito de la oscuridad transformó a la banda de sus giras como solista en la vía de escape de sus peores fantasías lúbricas de cincuentón. Unos “recién llegados” provenientes de los primeros Sonic Youth y The Cramps (el baterista Jim Sclavunos), The Triffids  (el bajista Martin P Casey) y The Dirty Three (el violinista y nueva “mano derecha” de Cave, Warren Ellis), transformados en el experimento garage-blusero de Cave, con un debut muy bien criticado, Grinderman (Anti, 2007).

Luego de Dig, Lazarus, dig!!! (Mute, 2008), último álbum de los Bad Seeds  (opus final del siempre fiel Mick Harvey) y reflejo de sus nuevas andanzas, Grinderman 2 se preparó en sesiones separadas por un año, donde, a juicio del dueño de la pelota, se buscaba un trabajo más serio y metódico que la primera vez. Repitiendo en la producción a un viejo conocido como Nick Launay, la segunda entrega de Grinderman no pierde la espontaneidad de aquel primer disco grabado en cinco días y, a la vez, amplía los horizontes estilísticos ya conocidos. Si bien hay conexiones claras con el trabajo anterior en nuevas explosiones marca de la casa como la inicial “Mickey Mouse and the goodbye man”, “Heathen child” o “Evil”, las referencias acústicas y melódicas de “Palaces of Montezuma” o “What I know” no habrían encontrado espacio en el maloliente subterráneo de la primera placa. Incluso jams bluseras como “Kitchenette” tienen un desarrollo más claro y sistemático, sin perder el gusto por el tratamiento de los sonidos ni el carácter pantanoso y espectral de los arreglos.

Es, quizás, en dos canciones donde mejor se puede evaluar las modificaciones entre los registros de la banda. Una es “When my baby comes” y su transformación a medio camino de una delicia pastoril a una pesadilla urbana, cortesía del violín multiforma de Ellis y el bajo saturado de Casey. La otra es el segundo single, “Worm Tamer”, una página psicodélica casi extraída del compilado Nuggets, pero que mantiene un pie en la comercialidad con esas armonías vocales que acompañan el registro más apacible de Cave.

En Grinderman 2 están los serios intentos por transformar a la banda en algo más que el pasatiempo vacacional de Nick Cave (nunca lo fue, pero no falta el tipo sin argumentos que habla de crisis de mediana edad, películas de terror y todo aquello). Entre buenas canciones, arreglos imaginativos y bastante mala leche, han conseguido hasta asustarnos.