Queriendo ver signos donde hay mera coincidencia, la salida de Shields, el cuarto álbum de Grizzly Bear, se produjo el pasado 18 de septiembre, justo en medio de las celebraciones chilensis.

De lo bueno poco el 2012, y la banda de Brooklyn se ha despachado un disco de muy buena factura, que sólo el tiempo ayudará a calibrar si supera o al menos iguala a la anterior entrega, el notable Veckatimest (Warp, 2009).

Como ya parece ser parte obligatoria de todo contrato firmado por bandas con pretensiones artísticas, los señoritos Daniel Rossen y Ed Droste (teclados y pedaleras), Christopher Bear (percusiones y samplers) y Christopher Taylor (bajo, resto de los instrumentos y a la vez productor del disco), se han enclaustrado lejos del mundanal ruido, en New England, mismo lugar utilizado para trabajar el anterior LP.

Después de la gira correspondiente a Veckatimest, se dieron seis meses de asueto, algunos embarcándose en proyectos solistas, otro contrayendo nupcias, e incluso siendo previsores al poner una canción en la saga Twilight.

En las entrevistas previas a la salida del Shields, enfatizaron en varios aspectos, siendo los principales el deseo de actuar como colectivo en todas las decisiones musicales, y partir absolutamente de cero, sin maquetas ni canciones previas (de hecho el primer embrión resultante de los ensayos será la última canción del disco, “Sun In Your Eyes”).

Si bien las opciones recién detalladas son el camino largo para la concreción de un álbum, finalmente se agradece que así lo hayan hecho, pues el resultado es soberbio. Mención especial la preocupación por conseguir un sonido que no ahorrara en florituras y aderezos, pero que pudiera plasmarse en vivo sin perder el sonido original. Para muestra, un botón:

Siguiendo un patrón recurrente en las denominadas bandas indie, han despojado a las voces de tanto efecto y double-tracks, dejando al descubierto ciertas imperfecciones, dando así una apariencia más cercana y otorgando un mayor énfasis a las letras, para las cuales trabajaron como nunca, según sus propias palabras. A pesar de aquello, este puede ser el lado flaco del disco, pues no hay nada nuevo bajo el sol.

El “mensaje” que se desprende de ellas es quizás la paradoja existencial actual: un deseo de autonomía e individualidad, combinado con un deseo por cariño y terror a la soledad al mismo tiempo, que se aprecia en la bella “Half gate” (At the end of the line / It’s as if there’s no time at all / Nothing left to win / Every pleasure burned to the wind / I tend to be alone / Quiet pictures drawn each day before it ends / To remind me once again / Why I’m even here).

Folk, sicodelia, chamber-pop, y el ubicuo indie-rock. Introspectivos un minuto, grandilocuentes al siguiente. La raíz jazzística y clásica de Bear y Taylor se percibe por momentos en los giros inesperados de la melodía o armonía de turno, que llevan a las canciones por diversos derroteros (prestar atención a “What’s Wrong”).

“Sleeping Ute”, la primera canción y single del disco, establece en compás ternario las coordenadas de lo que Shields ofrecerá a continuación (timbres de todo tipo, cambios armónicos). “Yet Again”, la segunda canción escogida como sencillo, se acerca más a lo que uno imagina como single: introducción-estrofa-estrofa-coro, todo de nuevo y luego … la disolución y desmembramiento de lo que se había construido previamente. De las mejores del disco. Junto a “Gun-Shy” pueden encontrarse los momentos más tradicionalmente pop del álbum.

El final del disco es ciertamente notable. A la ya mencionada “Half gate” se le suma “Sun in your eyes”, que puede ser emparentada con esa tradición norteamericana grandilocuente y devastadora que va desde Buffalo Spingfield (“Broken arrow”) hasta Wilco (“Reservations”), y que se refuerza por ese insistente “I’m never coming back que Rossen repite como epílogo del álbum.

Siempre he considerado que hay que darle muchas segundas oportunidades a la música que no se comprende a la primera, aquella que nos propone un universo sonoro nuevo, ya sea armónica, timbrística o melódicamente. Por ahí puede estar la clave para dar con este álbum. Oscuro, críptico por momentos, poniendo escudos (“Shields”) a la fácil escucha. Apela a los discos antiguos en tiempos pre-mp3, que necesitan una atención especial, tema por tema, con audífonos, baja luz, y algún catalizador para hacer aún más embriagador el efecto.