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Hay dos cosas que podrían pedírsele a una banda pop. La primera es corrección: que lo que toquen suene afiatado y liviano, de manera que el disco progrese y se escuche, en el mejor de los casos, como un paseo soleado a principios del verano. Y justamente el segundo disco del trío norteamericano Headlights es un ejemplo de corrección en sus poco más de treinta minutos.

Con referencias a Mendoza Line y una soltura muy sueca en sus canciones, Some racing, some stopping corre fácil y agradable. Con violines, cencerros y la agradable voz de Erin Fein de fondo, el disco tiene todos los elementos de un indie pop aplicado y enternecedor. Guitarras más rockeras para dar el cierre con fuerza (“Market girl???), slides que crean un efecto de penumbra lánguida (“School boys???) o ese ritmo a saltos marca registrada de Stuart Murdoch y compañía (“Catch them all???). El paquete completo.

Canciones que hacen sonreír, reconociendo ese lugar seguro e intimista en que se refugian muchas bandas con guitarras electroacústicas. Una suerte de descanso hogareño que se crea entre el juego de voces de Erin y su contraparte Tristian Wright (un Elliot Smith medio anémico). Pero ahí entra el segundo elemento que podría pedírsele a una banda orgullosamente pop: ambición, ganas de ir más allá, de tomar sus ideas como base y lanzarse a hacer algo distinto. Si eso se cumpliese, al escucharlo el efecto no sería sólo de una sensación de amodorramiento feliz, sino que de sorpresa y de emoción. Some racing, some stopping no tiene nada de lo anterior, pero no porque sea un intento fallido sino porque simplemente no lo intentaron, lo que provoca que hacia el final del disco una se pregunte si no habrá escuchado esto muchas veces antes. No es necesariamente malo -ahí lo correcto-, pero deja en evidencia que los grandes discos son casi siempre los que se arriesgan y ponen el sentimiento no en los bonitos coros susurrados sino que tratando de ir más lejos.