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Satisfecho de la experiencia de contar con músicos adicionales, Sam Beam ha optado por seguir en esa senda de apoyo instrumental masivo. Ya está el precedente del Ep Woman King (2005), el disco en colaboración con Calexico, In The Reins (2005) y la participación fija de una banda soporte en las últimas giras. La época de la guitarra de palo y la parada lo-fi ha quedado rezagada. Y es que con este nuevo álbum, parece que la fórmula es que entre mayores ingredientes más rico quedará el pastel. La diversidad instrumental y las incursiones estilísticas hacen de Shepherd’s Dog su apuesta más audaz y rítmica.

Percusiones, guitarras y piano abren el disco con la calidez de la voz de Beam (‘Pagan angel and a borrowed car’), cítaras y juegos con guitarras slide prosiguen (‘White tooth man’); también el palmoteo matemático del single ‘Boy with a coin’, o el juego vocal de ‘Carousel’ a través del efecto con órgano dan muestra de los sonidos que varía en toda su extensión.

En cuanto a estilos, aparte de su plataforma folk, aborda el blues (‘The devil never sleeps’), bosanova (‘Innocent bones’), el dub-reggae (‘Wolves’) y lo étnico con el toque de guitarras del oeste africano (‘House by the sea’) más el empleo de saxo y potentes líneas de bajo.

La sensación que queda en términos generales, es que muchos árboles no dejan ver el bosque, porque entre arreglo y arreglo, instrumento por aquí y otro por allá, la sustancia elemental, el spleen que mencionaba Baudelaire, parece difundirse (en el caso Iron & Wine, el dejo melancólico). Es cosa de recordar el caso de Guided by Voices; cuán crudos y espontáneos sonaban inicialmente y luego se estandarizaron en su etapa final haciendo discos más “normales”. Pero bueno, en los procesos de desarrollo musical casi siempre está la tendencia a agregar más que restar elementos, y es entendible que se apunte hacia aquello. Pero ¿se dan cuenta que en la mayoría de las historias de las bandas, se echa de menos a cómo sonaban en sus comienzos? Y generalmente es ahí donde se encuentran sus mejores discos. Una percepción, no más.

De todas formas, Iron & Wine va en línea progresiva y puede que la añoranza sea un mezquino capricho personal de este servidor, aunque por ahí se asoma de repente la nostalgia con ‘Resurrection fern’. El disco está muy bien armado y ha sido alabado por la crítica. De la producción no hay nada que reprochar, suena impecable. La riqueza de detalles hace de éste una experiencia sonora interesante y que estimula el descubrimiento continuo de sorpresas en cada repasada, ganando bonos dentro de lo más granado del presente año.