El problema con el indie pop es su inestabilidad. Como las luces del metro, hay demasiados chispazos de genialidad que se pierden en carreras plagadas de discos mediocres. Al igual que las estaciones, algunas bandas aparecen como certezas de calidad mientras cientos de grupos se camuflan tras una buena canción y pocas ideas. Por eso -siguiendo las vías elevadas que vuelven a hundirse- que rabia da cuando aparecen iluminados que rápidamente se apagan. ¡Qué vergüenza debiera darte Jaime Thompson!

La historia es así. Nicholas Thorburn (Nick Diamonds) y Jaime Thompson (J’aime Tambeur) decidieron que ya no querían tener más esa mini sensación canadiense de tecladitos Casio y letras lisérgicas llamada Unicorns. No problem pensamos los entusiastas, esas cosas pasan, muchas veces cuando a las bandas les está yendo bien. Además, no había por qué preocuparse, los dos partieron trabajando el año pasado en el que sería su nuevo proyecto: Islands. Y resultó ser que el debut que lanzaron este año es un gran álbum. Como todo disco pop que se precie de sobresaliente, en Return To The Sea están todos los elementos que hacen que un disco menor se vuelva importante.

Primero: melodías. Ni cursis ni inmediatas: melodías que sostienen coros y arman un album. ‘Rough Gem’, con sus beats saltarines y cuerdas humildes, podría hacer hasta un fanático del math rock sonreir. Feliz, a lo Elephant 6, sube y baja llena de sonidos Fantasilandia hasta que entre gritos Nick Diamond dice “I’m a rough gem” y uno le cree todo. Especialmente que el sol brille a través del él antes que la canción se acabe en un sonido láser.

Segundo: exploraciones. No por nada eligen partir con la lisérgica y latiguda ‘Swans’ de 9 minutos o bien poner en la mitad del disco ‘Where there’s a will there’s a whalebone’, una canción con Subtitle y Busdriver rapeando que suena a un mash up de Girl Talk, con su armazón psicodélico cruzado de MCs. Y resulta, porque estos canadienses están más cercanos a músicos desesperados que a buscadores de onda.

Tercero: letras. Que en un mismo disco uno escuche a asesinados hablando de ultra tumba, recordar la mejor puesta de sol de la vida, una mención a volcanes argentinos y la amenaza de huida si no se es tratado como corresponde, es más que suficiente para mantener la atención durante una hora. Porque no todo el mundo tiene que ser Stephin Merritt, basta a veces con entretener.

Cuarto: estructura. Como una curva, se inicia críptico, para ir revelándose de a poco exquisitamente pop -oscilando entre la psicodelia de botones a derechamente cantable- con un intermedio experimental, para finalmente terminar con … una canción fantasma de 16 minutos. Lo cual lo hace simplemente redondo en su formato indie 2000.

Por eso, cuando se repasa cada canción delicadamente compuesta, se aprenden los coros, se miran las puestas de sol, una cae en la tentación de ingenuamente tenerlo en mente cuando en cuarenta años a una le pregunten cómo era la música de nuestra época. Pero hasta ahí llegan las ensoñaciones, porque resulta que Mr. J’amie Tambeur se aburrió de tener una banda y se mandó a cambiar. Y ahí quedamos nosotros con un gran disco en la mano y la desesperanza de que el pop se está yendo por el desagüe. Hasta que suena ‘Rough Gem’ en un vagón al aire libre y todo se vuelve fantástico otra vez.