Para quienes nunca conocieron el perfil acústico de Javiera Mena, Primeras composiciones (2000-2003) será bastante sorpresivo; para aquellos fans que escucharon sus canciones directamente en los shows en vivo, o mediante demos que circulaban por soulseek en esos años, este rescate creativo es, sin lugar a dudas, un regalo bien merecido.

Javiera Mena y su productor, Cristián Heyne, decidieron recuperar los masters originales de estas melodías, grabadas originalmente por Pablo Muñoz (De Janeiros), y les dieron forma definitiva, una década después, para ofrecerlas en la pre-venta del próximo álbum que grabará la artista chilena. También se pueden conseguir en Itunes y no se descarta un eventual disco físico.

Lo entretenido del asunto es que Primera composiciones dista mucho de ser una estrategia publicitaria o una recopilación nostálgica; muy por el contrario, se transforma en una obra hecha y derecha, al punto de que algún crítico radical podría objetar la senda netamente electrónica que caracteriza a la artista en la actualidad, objetando que en sus primeras canciones hay una sinceridad, una calidez y una espontaneidad que no se halla, de igual forma, en sus discos oficiales.

Pero más que dividir aguas, la virtud de este disco es darnos una visión más completa de los sonidos que definen a Javiera Mena, y lo más importante, sorprendernos en una era plagada de efectismos. Además, este disco fácilmente se cuela dentro de los lanzamientos pop más destacados del año.

Hablar de “primeras composiciones” resulta lo más acertado, por el ánimo folclórico que tenía Javiera y su cofradía (los músicos Walter Roblero, Arturo Figueroa y Pablo Muñoz), y también por la sencillez de las ideas ejecutadas sin aspavientos, pero con mucho tacto. Una cruza muy original, hermanada con referentes potentes desde Mazapán a L’Altra.

Hay varios momentos iluminados, sin perder el hilo elemental de las narraciones, y eso es lo que más alegra y emociona del disco. ‘Al Achunte’, ‘Supapilapuso’, la genial ‘Fuga en el parlante’ con su cercanía a Juana Molina desde el tiple, la fragilidad que se trueca en fortaleza sureña en ‘Del flúor a’. El tono monocorde y básico en la voz se convierte en un elemento necesario ante las notas escasas y repetitivas, las percusiones de distintas texturas, siempre muy expresivas, el rasgueo básico de la guitarra acústica y las notas de teclado ajenas a virtuosismo, pero llenas de carisma y funcionales a la melodía. También hay momentos risueños que sacan sonrisas por su espíritu cómico, anodino (‘Las Focas’, ‘Hambre’).

Y sería un disco perfecto si se le restaran algunos minutos, para capturarnos con los temas más potentes, pues sin ser monótono, se torna reiterativo en una sola escucha. Pero los discos no sólo están para ser oídos de un tirón. Además, ¿valdría la pena tal censura para este repertorio entrañable que por buenaventura ha visto la luz?