Aparecido el 15 de junio de 1979.

En medio de un panorama poco alentador, con el inicio de la era Thatcher en mayo de 1979 y un sinfín de problemas derivados de las políticas conservadoras instauradas por la ”Dama de Hierro”, la música en las islas británicas también vivía su propio proceso de cambios. Del estallido punk del ’77 ya poco quedaba, y muchos de los músicos inspirados por ese fuego original buscaban darle una nueva vuelta a las canciones que se gestaban en oscuras salas en ciudades no menos lúgubres.

Fue en ese año que comenzó a tomar forma definitiva un proyecto iniciado en 1976, luego del concierto de Sex Pistols en el Free Lesser Trade Hall de Manchester. Conocidos primero como Stiff Kittens, luego como Warsaw y finalmente como Joy Division, un nombre que les trajo no pocos inconvenientes por su significado: Así se le llamaba a los grupos de mujeres judías obligadas a prostituirse en los campos de concentración nazis -pierdan cuidado, la fascinación de Curtis por la imaginería nazi y sus devastadoras consecuencias fue solo un filtro para canalizar su investigación constante sobre el sufrimiento-,  el guitarrista Bernard Sumner, el baterista Stephen Morris, el bajista Peter Hook y el cantante/guitarrista Ian Curtis comenzaron facturando un rock crudo con evidentes deudas a The Stooges, que fue mutando hasta encontrar una personalidad propia, inspirada, en sus propias palabras, en sus “pobres experiencias de vida y en sus escasas discotecas”, donde Iggy Pop, The Velvet Underground y David Bowie  ocupaban lugares preferenciales.

Tras un frustrado primer álbum financiado por tres ejecutivos que querían convertirlos en una banda más cercana al soul – y cuyo resultado, por cierto, no dejó conforme a nadie, por lo que quedó acumulando polvo en una bodega- los músicos cruzaron sus caminos con cuatro personas que cambiaron el curso de la Historia a través de Factory Records: Tony Wilson, fundador del sello y agitador cultural obsesionado con las vanguardias; Rob Gretton, futuro manager y dueño de una red de contactos capaz de hacer trascender a la banda fuera de los estrechos círculos en que se movían hasta entonces; Peter Saville, diseñador gráfico y encargado de convertir a cada disco editado por Factory en un objeto único; y Martin Hannett, productor encargado de darle a la banda el sonido único que impregna cada una de sus grabaciones.

Registrado entre el 1 y el 17 de abril de 1979 en los Strawberry Studios de Stockport (Manchester), Unknown pleasures es un disco que supo canalizar la intensidad del punk para expresar el desencanto de la vida urbana con letras creadas por Curtis, hombre en permanente conflicto existencial, quien además debía lidiar con una epilepsia que se acrecentaba a medida que abandonaba sus tratamientos médicos y su vida entraba en una espiral descendente.

La grandeza de este disco estriba tanto en sus intensas líricas como en su extraordinario sonido, denso y lleno de texturas, el campo de trabajo ideal para que el volátil Martin Hannett diera rienda suelta a su creatividad para llenar los espacios, grabando cada instrumento por separado -tarea especialmente agotadora en el caso de la batería- generando una atmósfera tan particular que aún hoy cuesta encontrar obras que puedan hacerle el peso. Unknown pleasures suena como si hubiera sido grabado dentro de una bóveda subterránea, marcado por la precisa percusión de Morris y el bajo de Hook, llevados al frente por Hannett, junto a las guitarras de Sumner, tan lacerantes como dinámicas, dando forma al vestuario ideal para canciones que hablan de búsqueda, de dudas, de sufrimiento y soledad, de frustración y pesadumbre por la inminente llegada de un destino poco halagüeño; letras salidas de la atormentada psiquis de Curtis, pero que logran tender puentes para que quien las escuche pueda identificarse con ellas.

No podemos dejar de hablar sobre el diseño del disco, creado por Peter Saville, que nos muestra en portada la icónica imagen de las ondas del primer pulsar registrado en 1919, sobre un fondo negro sin ninguna palabra, y una contraportada con un espacio vacío en donde debería haber estado la lista de canciones. Tan fundamental como el diseño es el contenido, diez canciones que no alcanzan a completar 40 minutos de duración pero que dejan una marca indeleble tras exponerse a ellas por primera vez. Desde el inicio a toda velocidad con “Disorder”, pasando por el desgarro de “Insight”, la furia de “Interzone” -una de las canciones más antiguas del repertorio, grabada durante unas sesiones en 1978-, la atractiva aridez de “She’s lost control” y su inconfundible base rítmica, hasta la desaceleración final con “I remember nothing”, que marca el camino para lo que vendría en el final -y aún más sobrecogedor si cabe- Closer, editado al año siguiente.

Precedente, entre otras cosas, del slowcore y prácticamente de todo el rock con tintes oscuros que aparecería durante los 80s, Unknown pleasures fue la banda de sonido de una ciudad sumida en la violencia y la desesperanza, un grito primario que partió desde la intensidad del punk y que fue reconducido desde la introspección. Un enigma que, a 40 años de su edición original, sigue fascinando tanto a los fans como a los no iniciados, invitándolos a desentrañar el misterio sumergiéndose en sus canciones, fiel reflejo del ser atormentado que les dio cuerpo y alma.