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Julie Doiron es una artista del desgano. La capacidad para transmitir ese sentimiento nefasto por la existencia es tan poderoso que no necesita mayores recursos para sumergir al oidor en un mundo de tinieblas, no onírico, sino profundamente real. Una angustia existencial que está a la vuelta de la esquina, tirada en un cajón de la habitación y lista para invadir en momentos de soledad; una angustia que tuvo poseída a Doiron desde su debut como solista en Broken Girl (1996) hasta su anterior disco Goodbye Nobody (2004), en donde ni siquiera la belleza de un par de notas en la guitarra eran capaces de borrar la mueca de fastidio por la vida. Las portadas de los álbumes de la canadiense son muy elocuentes respecto a su persona y a su música: pinturas con tintes expresionistas de colores apagados y de una simpleza que esconde gritos silenciosos, como ocurre en el cuadro de Munch, un grito reencarnado en la figura frágil y nostálgica de una mujer cuya capacidad compositiva es sorprendente, y cuyo sello sonoro es reconocible con sólo escuchar un par de acordes. Se puede sentir el sabor amargo de sus juegos musicales, que no por estar bajo una nube catastrófica dejan de ser hermosos y hasta con una inclinación de pueril inocencia.

Al dejar su banda Eric`s Trip hace doce años, en donde era bajista y segunda voz, Julie comenzó esta larga, silenciosa y solitaria carrera que ha dado permanentemente frutos de gran calidad. Loneliest In The Morning (1997) cumple diez años y aún hoy es un trabajo estremecedor, ya que la nostalgia que transmite es tan atemporal como su voz, quizás el signo con más identidad de su música. Una voz extraña que no teme pasar de nota a nota desafinando o raspando, dejar de cantar para susurrar una última frase y transgredir las normas de una melodía lineal, para así poder acentuar de manera magistral la intensidad de su interpretación. Y lo mismo ocurre con la música, guitarras suaves que conforman una armonía que, una vez conseguida, se rompe en mil pedazos, se desangra en el torrente de una batería que ingresó de improviso o en la inclusión de un órgano que denota decadencia y patetismo. Podrá parecer una estética de lo feo, y sin embargo el trabajo de Doiron no puede estar más alejado de eso. Es quizás la hermosura de su música lo que equilibra la tristeza, la angustia contenida que se va desenvolviendo en cada canción, como si se tratara de un efecto terapéutico para la cantautora.

En Woke Myself Up se hacen espacio ritmos más digeribles, algo similar con lo que ocurrió en el último disco de Nina Nastasia junto a Jim White (batería de Dirty Three), en donde el esquema cercano al pop permite hacer de las canciones estructuras radiales, sin dejar de lado el signo de la autora, más aún, potenciándolo.

En el primer tema homónimo que abre el disco se perciben leves tintes de rock, con un ritmo que se hace fácil de seguir pero que contiene latente toda la intensidad de Julie, tristeza escondida tras las notas de una guitarra y tras un trabajo de percusión excelente, que sólo en Julie Doiron And The Wooden Stars (1999) había estado presente. Se percibe en la nueva entrega una producción más elaborada y una presencia sonora con más cuerpo que contrasta con el trabajo parco e intencionalmente desabrido que Julie había preferido hasta el momento, siguiendo el lema “un par de guitarras y ya???. Sin embargo el cuidado que se le puso a cada arreglo y a cada sonido en Woke Myself Up permiten que la música de la cantautora no pierda la simpleza que la caracterizaba y gane en cuanto a linealidad rítmica y a calidad sonora, no por nada en varios de los temas se hizo acompañar por sus antiguos camaradas de Eric`s Trip.

Y no sólo musicalmente se ve un giro en la canadiense, sino en las letras que a la vez hablan de cotidianeidad y de rutina con un tono de alegría y cariño, mientras que por otro lado se delinean las culpas, la desazón por la realidad que enfrenta, la torpeza humana y la gratuidad del devenir de la existencia. Pasan los momentos y ella observa en el lugar de espectadora cómo se le va la vida. Una línea expresiva que ya no necesita elaborarse sino que es parte fundamental de su propuesta. Es la persona quién habla y quién dice estas cosas, es alguien que siente ese fracaso, esa angustia frente a lo real. Cuando se escucha a Julie Doiron no sólo se está frente a la cantante, a la poeta y a la compositora, sino que también oimos a un ser humano que abre las ventanas de su intimidad con valentía, una crudeza que permite aproximarnos a ese fuerte pesimismo ante la realidad, un sentimiento que de una u otra forma todos compartimos.

Una pasada por la música de Doiron basta para tener que tragar saliva e intentar mantener aquel nudo en la garganta que incomoda, porque todo el tiempo está a punto de reventar.