La Reina Morsa delimitó su territorio con el debut ¿Dónde están las jugueterías? (Cazador, 2009) y su trama de angustia posadolescente encubierta.

La aniñada ingenuidad en la que se escuda el grupo sigue siendo un rasgo definitorio en su segundo disco, Hijos del hombre (ultimo referencia del sello Cazador), donde nuevamente las dudas existenciales derivan en ganas de escapar de la realidad. Victoria Cordero, la candorosa voz femenina del otrora dúo, expresa su deseo de transformarse en pájaro (“Quiero ser”), e incluso limita con lo suicida durante “No entiendo nada” (cuya letra dice “quisiera volar al más allá y ver si es que ahí se esconden los que no aguantaron más”). Pese a su carácter hipersensible y retraído, La Reina Morsa se atreve a dar un paso adelante y se acerca al mundo real en su nuevo trabajo; los animales –muy frecuentes en sus letras- que antes eran personajes humanizados ahora sólo son parte del paisaje. Hay búfalos en “Valle del sol”, las nubes tienen forma de elefante en “Dinamita show” y el casi instrumental “Hijo del hombre” menciona a los “animales del horóscopo bailando en las constelaciones”. Bailar, de hecho, parece el nuevo método de evasión favorito de la banda. Se baila “como en el fin del mundo” en “Dinamita show” y “como karatecas” en “Una isla al fondo del mar”.

Entre sintetizadores que recuerdan al grupo The Rentals, y pertinentes arreglos de mandolina y trompeta, Hijos del hombre de La Reina Morsa va describiendo la naturaleza -y descubriendo el mundo- con inmensa capacidad de asombro, un don envidiable en tiempos de entumecimiento sensorial.