Un disco que lleva por subtítulo new songs, demos y home recordings with friends puede hacernos pensar en varias cosas.: En un narcicismo calamariano del que cree que hasta lo que canta en la ducha merece ser editado. En el último respiro del que alguna vez fue bueno e intenta seguir viviendo de su fama de manera un poco lastimera. En el obsesivo que sabe que esas canciones serán siempre incompletas y decide editarlas sabiendo que algo bueno tienen pero no sabe dónde hacer el cortar y pegar. Y podríamos seguir por horas inventando razones pero como el que esta vez lo hace es Eitzel, las cosas cambian un poco.

Partamos por la idea de que incluso en la época de gloria de American Music Club, Mark Eitzel era ya de ese tipo de compositores que nunca se conforman con nada. Cuando hizo Mercury, tal vez uno de los discos con la mejor simbiosis entre producción y contenido, ya se quejaba de la sobreproducción que le dio a los temas Mitchel Fromm. Cuando AMC estuvo en Sub Pop y algunos quisieron ligarlos al grunge, encontraba que sobraba garganta y faltaba silencio.Cuando vino a Chile y el micrófono sonaba mal, lo tiró al suelo y cantó más de la mitad del recital a capella al borde del escenario.

Es por estas y otras razones que no podemos adelantarnos con Eitzel cuando firma algo con restos de cosas.

Este no es un disco sólo para fanáticos como leí por ahí, sino que es una muestra más de que el Eitzel de los “descartes” es a veces el que se despacha los mejores discos. Nuevamente es capaz de demostrar que no es ese borracho perdido fuera de la realidad, sino el que toma un slogan masivo como ‘I hope we can’ y lo transforma en una canción de amor o el que es capaz de una canción como ‘Robs your grave’ que debe estar entre las mejores de toda su discografía.

En el fondo, Eitzel vuelve a ser ese amigo, que aunque dejemos de ver en años, puede llegar en el momento preciso para decirnos en tres palabras, lo que nadie nos pudo decir en tres años de redes sociales.