Cuando Juan Fernando “Mico” Rubilar, voz, guitarra y liderazgo en Medio Hermano, nos comentó canción por canción Lucha libre, se refirió al cándido single “Ciencia y tecnología” como “esa prenda que sabes que no tiene algo extraordinario, pero siempre la usas porque te hace sentir comodidad, y eso me representa mucho en mi manera de ver y hacer música”. En efecto, la soltura es un rasgo inherente al disco debut del grupo al que hasta poco pertenecía Leo Saavedra, ex Primavera de Praga, quien dejó listas las baterías del álbum antes de abandonar el proyecto, caracterizado en un inicio por tener a dos experimentados porque Rubilar, a su vez, tocaba en La Reina Morsa, apegado a una estética más twee junto a Victoria Cordero (Círculo Polar, Slowkiss, Matías Cena). La alianza entre Saavedra y Rubilar data de la época en que ese dúo recién brotaba, el año 2009; de hecho, el primero también militó en los inicios de La Reina Morsa.

Nos podríamos ir por las ramas estableciendo conexiones entre Medio Hermano y otros actores del medio nacional. Dan para un enorme mapa. Por asociación inmediata, el nexo que prevalece es el que mantienen con bandas como Niños del Cerro o Patio Solar, con las que han compartido cartel infinidad de veces. A tal punto llega su cercanía, que adoptan la voz de unos novatos en “Bajo el mismo cielo” (con un coro que dice “aterrizamos en un dos por tres, somos tan estúpidos, nadie no pesca no cachamos bien, pero estamos juntos”), omitiendo la experiencia acumulada por Rubilar, iniciado en la música antes que sus actuales camaradas. Aventuramos, en todo caso, que se trata de un gesto motivado por el sentido de pertenencia que genera una escena tan entrañable, en la que son considerados un grupo icónico y a la que representan fielmente con sus desenvueltas guitarras de lustre popero que dibujan figuras dúctiles en el aire. La soltura, insistimos, es un componente vital de Lucha libre.

Con oficio, Medio Hermano teje un repertorio que, a grandes rasgos, consta de dos partes que al unirse forman la imagen de una banda en extremo perceptiva de su entorno y de sí misma. Una mitad mira hacia afuera: se perfila andariega, reivindica lo mundano simbolizado en cosas tan pedestres como la calle, palabra frecuente en sus letras, o un perro, enriqueciendo de paso el cancionero canino con un acierto al nivel de “Callejero” de Alberto Cortéz (“Arturo”). La otra mira hacia dentro: repite que hay “voces en mi pieza” en un par de temas ansiosos, “No siento nada” y el reggae a lo Prisioneros vía The Clash de “Amigo”.

Lucha libre alienta. Varias de sus canciones son fácilmente traducibles a cántico de estadio, por eso dan ganas de corearlas así, aunque algunas letras digan cosas tan depresivas como “los días son eternos y los años pasan increíblemente rápido”. La faceta patiperra del disco motiva a salir a aplanar cemento, con esa cualidad propulsiva que también tiene Nonato Coo, y es sorprendente cómo al rato el mismo grupo termina recordando, por la batería más que nada, a “Sunday bloody sunday” de U2 en “Vacaciones en mi pieza”, que describe con vividez un sentimiento de enajenación. Aunque Rubilar, en las declaraciones citadas al inicio, deja entrever que Medio Hermano no pierde el sueño pensando en sobresalir, sí hay algo extraordinario en su trabajo. No cualquiera se despacha líneas del calibre de “y miro cómo el karma disfrazado de una entrevista laboral, me hace zancadillas, pone trampas en mi alma”.