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La música de M.I.A. levantó mucho polvo en un período de tiempo muy corto. Y es que el impacto que produjo en la audiencia es de tal magnitud que la esrilanquesa se convirtió un paradigma musical de nuestra época; un referente sonoro para designar una sensibilidad estética que, más allá de un estilo, tiene que ver con su increíble capacidad de conjugar sonidos y de estructurar temas. Su música, al mismo tiempo que abofetea, invita al baile de manera pulsional y hasta furiosa. Unos beats que atrapan y endemoniadamente se apoderan del cuerpo del oyente, acelerando el ritmo cardíaco y obligando a palpitar al son de sus melodías.

Mezclando ragga, hip hop, dancehall, grime, electrónica e incluso reggaeton, las canciones de M.I.A. son una avalancha que no respeta fronteras. Se pasea con total libertad por los estilos y se asegura de incluir en sus letras mensajes explícitamente críticos que apuntan contra las barreras sociales, los conflictos bélicos, la desigualdad, la injusticia y en contra de todos los atropellos a los derechos humanos que ella experimentó en carne propia mientras vivió con sus abuelos en Sri Lanka, en la más extrema pobreza -escapó de la guerra civil a India y luego a Londres, en donde entró en contacto con la música occidental-. Su padre, un activista político, será una figura importante para la inmigrante y su apodo de guerrilla titulará Arular (2005), el debut oficial sin contar el álbum de remixes Piracy Funds Terrorism (2004) a cargo de Diplo. Junto a él trabajó sus primeros temas, aunque los problemas de autoría se dejaron entrever en la reciente y polémica entrevista que dio para Pitchforkmedia, en donde arremetía contra quienes le otorgaban al DJ más créditos de los que en realidad merecía.

El punto es que ciertamente hay algunas diferencias entre Arular y esta segunda entrega, pero éstas no tienen que ver con la calidad sonora ni con la poderosa capacidad de arrastre que tienen sus ritmos y sus audaces letras, sino con una apertura; al parecer en Kala M.I.A. se ha tomado más libertades y se ha alejado un poco de esa línea constantemente agresiva de su debut que la planteaba como una metralleta contra la sociedad de consumo y contra el cinismo occidental. Aún cuando suena más pulcra y precisa, ha perdido ese candor improvisado, esa violencia que tanto había chocado al principio. Sus letras perpetúan el diálogo con la crítica social, pero los ritmos a veces demasiado luminosos, con una ausencia de bajos importante, ya no están poseídos por la fuerza descontrolada sino que se dosifica entre ritmos funk que no siempre están a punto, inclusiones de vigorosas percusiones que, a la larga, se hacen pocas, y voces que, aún llevando el ritmo con convicción y compromiso, esta vez se permiten entonar con más suavidad bellos arreglos vocales impensados en su debut, pero que en temas como ’20 dollar’ o ‘Mango pickle down river’ se incluyen homologándola al estándar melódico de los rankings Billboard.

Kala suena tan bien como su predecesor, los arreglos electrónicos y las sintetizaciones están al servicio de cada tema y le dan un sustento, base sobre la cual las voces de M.I.A. se levantarán contra el enemigo que toma diferentes formas: el capitalismo, las diferencias raciales y en general todos los mecanismos de poder, incluyendo el mercado comercial que consume su música y la pone en las listas junto a Timbaland y asociados. Aunque ella no pueda entrar físicamente a EE.UU porque le negaron la visa, hits como ‘Boyz’ o ‘Birdflu’ luchan codo a codo con las producciones derivadas del R&B y del hip hop norteamericano. En ese sentido las reflexiones que la música de M.I.A. busca producir en el oidor se ven amenazadas, porque resulta problemático en ese contexto completamente mainstrem repensar las consecuencias de la colonización y de los monopolios culturales, ya sea para poner en entredicho el proceso de globalización o para arremeter contra los grandes íconos imperialistas. Sin embargo, mientras seguimos tratando de digerir las líricas y de reaccionar ante su arremetida feroz, ahí están los ritmos en ebullición que no permiten mirar hacia otro lado. La música de M.I.A. simplemente no puede dejar a nadie en aguas tibias sin ganas de moverse. Desde este punto, Kala continúa esa obligación musical que incita a la acción, aunque esta vez está más apaciguada.