Publicado el 4 de noviembre de 1991

Loveless, el segundo álbum de My Bloody Valentine, posee esa aura trágica digna de toda obra maestra y permanece para sus creadores con el estatus casi de pieza maldita. Ello por varias razones. La primera fue la dificultad para parir este trabajo perfeccionista, el que contó con 18 ingenieros en sonido a lo largo de seis meses de grabación en distintos estudios, y, según las malas lenguas, con un costo de medio millón de libras esterlinas, dejando a su sello, Creation, en la bancarrota (según declaraciones de su fundador Alan McGee, luego desmentidas por Kevin Shields, el líder de MBV).

Con sesiones exhaustivas, que a menudo comenzaban a media mañana para terminar al alba el día siguiente, los registros de Loveless sumieron a la banda anglo-irlandesa en una búsqueda obsesiva de la tonalidad, el sonido y el arreglo perfecto. La paleta de texturas sónicas expuestas en el álbum es el resultado de aquello, con una sonoridad revolucionaria. Esta mezcla abstracciones de guitarras nebulosas con un ruido sofisticado y envolvente, al límite de lo ambiental con una inspiración en la música electrónica y el house.

Pues Loveless, con temas como “To here knows when” y “Soon”, es un laberinto de detalles, de capas superpuestas, de notas que se esfuman y se mezclan entre ellas gracias al uso irredento del glide en la guitarra y al juego con los distintos tonos del instrumento. En cierta medida un disco-universo, o disco-mundo, este álbum sirvió para denominar un género que mezclaba las trasgresiones del ruidismo de Sonic Youth con el pop ambiental y etéreo de Cocteau Twins.

El fiel compañero de Loveless es el corta duración Tremolo (Creation, 1992), con canciones que quedaron de la temporada en el estudio y no cupieron en el disco, como la bella “Swallow”. Y las primeras pautas que adelantaron este sonido las daría otro EP, Glider (1990, Id), el que lo antecede.

La segunda razón para ser un elepé tan endemoniado como celestial, es el estado de perturbación mental que creó en Kevin Shields, el compositor, vocalista y guitarrista de la banda. Por una parte, su relación de amor-odio llevada al extremo de la neurosis con la también guitarrista y vocalista Bilinda Butcher (madre de su hijo) fue el caldo de cultivo para este título llamado, simplemente, “desamor”, en inglés.

Luego, al momento de hacer el álbum -y después de ello-, la banda, completada por Colm O’Coisog en batería y la bajista Debbie Googe, tuvo problemas síquicos debido a su estado de sin-domicilio-fijo y por vagar de squat en squat en Londres, con la consecuente y peligrosa privación de sueño prolongada, y el abuso de drogas como el éxtasis en fiestas interminables y lisérgicas juntos a sus compañeros de sello como Ride y Primal Scream.

Los tres años que demoró armar un estudio propio con las ganancias que generó Loveless y un posterior contrato millonario con Island terminaron por matar todo entusiasmo en el grupo por seguir adelante, a través de múltiples frustraciones.

Ello porque, a principios de los noventa, la tecnología –y el metro cuadrado- era escasa y carísima en Londres, donde se estaba aún en los sesenta a un nivel de estudios y equipos. Al contrario de Estados Unidos, donde existían vastos lofts muy baratos para arrendar, y dos décadas de arena rock -como Metallica y la cultura forjada a su alrededor- habían hecho de tocar, comprar instrumentos y grabar, algo muy accesible.

Shields, tras las demoras y arreglos en la casa-estudio, cayó en un estado demente donde terminó viviendo rodeado de jaulas con chinchillas a modo de paredes y alambres de púas sin salir nunca durante semanas. Intentó grabar el sucesor de Loveless para luego, según cuenta el mito, destruir los masters por no estar contento con el resultado, el que sentía nunca podría superar a su obra maestra, y llegamos al tercer eslabón de este cuento maldito.

Por oscuras razones, Shields se separó de Butcher y demoró más de diez años en volver a hablarle, y My Bloody Valentine quedó en el limbo. El esfuerzo por tocar una cierta flama celeste con Loveless, los había quemado por completo, y no sería hasta 2008 en que la banda se volvería a reunir, para tocar de nuevo esta pieza cumbre, y sin siquiera estrenar temas nuevos.

La sensualidad y la pérdida (de sí, y de los parámetros “normales” de vida y de relacionarse), y las cosas llevadas al extremo son los principales ejes para hermosos temas como “Come in alone” o “When you sleep”. Con sus beats bailables y sus guitarras incandescentes que forman una muralla de fuego, “Soon”, el single del disco, se convirtió, en palabras de Brian Eno, en “la canción más vaga en haber llegado alguna vez al top ten en Inglaterra”.

La mezcla, o como cada instrumento se ubica con respecto a los demás en volumen y densidad, es un manifiesto en sí misma. Basta escuchar las voces, escondidas tras nubes de ruido, a años luz de los parámetros pop comerciales. Y, sin embargo, es pop el que hacen, melodías bubblegum difuminadas y trabajadas en torno a la saturación y superposición como concepto artístico.

El acid house, en plena explosión underground, se incorpora como principal influencia para estos temas basados en repeticiones y melodías circulares. Las mismas baterías pregrabadas de O’Coisog se hicieron cuadrar con el resto de la banda a través de procesos informáticos, y ello a punta de primitivos kilobytes de equipos ahora arcaicos. Los loops se unían a las guitarras con un resultado coherente y avasallador.

La visión de Shields y la entrega enérgica de sus compañeros –cercana a la intensidad del punk, basta ver el juego de Googe y O’Coisog sobre las tablas-, en canciones como “Only shallow”, hicieron que Loveless se posicionara mucho más allá de la legión de bandas de indie pop y de twee que surgieron en aquellos años. Es, en cierta medida, un “álbum blanco”, o un “definidor de géneros” como dicen en inglés.

Aplastado por el brit pop y el grunge, que surgieron poco después, el shoegaze de Loveless quedó en el limbo, del mismo modo en que lo hizo Spiderland (Touch and Go, 1991) de Slint (la piedra fundacional del post rock), aguardando en un semi-anonimato para ser recién reivindicados con dignidad años más tarde por numerosos seguidores (desde Mogwai en adelante).

Si Isn’t Anything (Creation, 1988) había sido desde ya un augurio brillante con su mezcla de noise y pop – una apuesta elaborada tras varios intentos en el estudio desde 1984 a través de distintos epés, experimentos y facetas-, Loveless fue el jugar con la llama creadora, con la que, al final, te terminas por quemar, irremediablemente. Desde Yo La Tengo hasta artistas de Mörr Music, sin contar toda una nueva generación de nü-gazers, la estela del segundo de My Bloody Valentine aún genera movimiento…

Como recomendación, está Snowpony, el grupo semi-lésbico que Debbie Googe mantuvo junto a la tecladista de Stereolab, Katharine Gifford, y al batero de Th’Faith Healers, producido por John Mc Entire de Tortoise. La banda se dedicó a una arista más downtempo ligada a Laika, y surgió luego del mito del NME de una Debbie como taxista en la capital inglesa.

O’Coisog tocó un tiempo junto a Hope Sandoval (Mazzy Star) and The Warm Inventions, mientras que Kevin Shields volvió a la vida musical a través de desquiciadas remezclas electrónicas para Mogwai, Yo La Tengo, Primal Scream y The Pastels, entre otros, además de musicalizar la película Perdidos en Tokio de Sofía Coppola. Bilinda Butcher tiene apariciones fugaces en el disco Hand It Over de Dinosaur Jr.

La gira de Loveless en Estados Unidos se gestó a partir de la posibilidad de abrir para The Cure y su multitudinario tour del disco Wish (Fiction, 1992), fuertemente influenciado por Loveless. My Bloody Valentine compartió créditos junto a Dinosaur Jr.