No es posible hacer una observación objetiva de algo que se ha esperado veinte años. No es justo esperar que My Bloody Valentine o m b v (2013) rompan otra vez, intencionadamente, el revisionismo musical que hoy nos tiene de nuevo en el año 1995. Loveless (1991) no fue una estrategia intencional sino un ahogo romántico, poderoso, dulce y afilado que cumplió su rol adolescente al transgredirlo todo. Loveless es un monumento devastador, señero involuntario de cuanto sucedió después, en planos tan lejanos como el oficio periodístico musical o lo que los sudamericanos tarareamos con Soda Stereo.

m b v es un disco valiente, que se atreve a usar las bases conceptuales que hemos repasado hasta el hartazgo, y que sin explicita novedad, se las arregla para mostrarse fresco y maduro. Kevin Shields, deja la angustia y toma el método, usa lo que sabe como herramienta y no como limites a romper, ofreciendo la posibilidad de discriminar detalles entre sus planos sonoros, y más importante aún, seleccionando elementos para hacerlos progresar dramáticamente, aportando una narrativa emocional antes no vista, resaltando en la superposición para transformar la dulzura simplemente en belleza (‘Only tomorrow’). m b v propone momentos que exigen dejar lo que se esta haciendo para poner atención en lo que escuchas, por ejemplo el final abrupto en ‘Who sees you’, que de pronto nos deja enfrentados a la nada. Las guitarras para Shilelds no son búsqueda, sino determinación. La superposición de planos se enriquece en cuidados detalles (teclados, timbre electrónico, sincopas, quiebres) y en la opción de permitirles ser reconocidos en la masa sonora que esta vez se despliega y no se dispersa.

Si bien el largo pasa por momentos mas estándar (‘New you’, ‘Is this and yes’), aporta un nuevo catalogo de ternura sobria y templada, no por eso menos firme y enérgica. m b v no es el faro de la nueva música, sino simplemente un gran disco. Y es mucho más de lo que esperábamos escuchar.