¿Cómo podía sonar hoy un disco de baladas de Nick Cave y sus Bad Seeds? Han pasado 23 años desde aquella placa grandilocuente y celestial que fue The good son (Mute, 1990) y más de tres lustros desde The boatman’s call (Mute, 1997), tal vez “el” pináculo en lo que refiere a canciones compuestas con un piano y el alma hecha mierda. Y lo que recibimos con Pushing the sky away es bien distinto a todo aquello, a pesar de conservar un aura exquisitamente reposada. Estamos en el 2013 y en medio de su tranquilidad familiar y prolificidad actual, Cave lo hace de nuevo.

También es necesario decir que este último álbum del australiano se diferencia del espíritu enjundioso -los rockerísimos dos discos publicados junto a Grinderman- y dicharachero –Dig, Lazarus, Dig (Mute, 2008)- de sus anteriores entregas, aunque conserva un elemento esencial en términos compositivos.

¿Qué elemento? Tiene nombre y apellido: Warren Ellis. Con el abandono del buque de los eternos Blixa Bargeld y Mick Harvey durante la década pasada, es el barbudo multi instrumentista, miembro también de Dirty Three, quien ha asumido la noble tarea de ser el brazo derecho de Cave, lo que en este álbum queda totalmente de manifiesto, ya que la música está firmada íntegramente por la dupla Cave / Ellis. Y ha sido como un fertilizante para estas malas semillas, pues no es exagerado decir que ha limpiado el exceso de barroquismos que en algún momento pareció abusivo, incluso soporífero (Nocturama, sin ir más lejos), en pos de construcciones compositivas más minimalistas y con especial acento en aquellos pequeños detalles que convierten lo simple en algo especial –me atrevería a especular que ya no están componiendo todo en piano y se atreven a partir de ideas básicas de guitarra o algún otro cachivache-.

El tema es que la actual y más compacta formación de The Bad Seeds, con los pedazos de músicos que son Martyn Casey (bajo), Thomas Wydler (batería), Jim Sclavunos (batería, percusión) y Conway Savage (pianista, que en este disco solo acredita voces), han sido capaces de demostrar por enésima vez que son la mejor banda que puede acompañar a un crooner del rock como lo es Cave, siempre prestos a incorporar la particular comprensión de los géneros de la música popular anglosajona en pos de evocar la musa de la gran canción. Aunque en ese ritual a veces sea necesario reducir la energía.

El resultado es un disco emocionante en su contención sonora, donde los exabruptos siempre quedan al mismo nivel de la compostura, lo que no ocurre así en la lírica que, cruda y poética, fluye en “Water’s edge” con referencias a la adolescencia, la sexualidad y la religión: “Sus piernas abiertas al mundo como biblias abiertas/ Para ser ensartadas y tomadas como si fueran juguetes/ se desmantelan a sí mismos por la orilla del agua/ Y buscan alcanzar el habla y un mundo abierto de par en par/Ah, Dios conoce nuestros muchachos locales…”.

Estupendo también es lo logrado en “Jubilee Street” una balada construída con una serie de acordes circulares que sirve de fondo a Cave para relatar la historia de una mujer de la calle que el australiano se encarga de presentarnos: “En Jubilee Street había una chica llamada Abeja/ Ella tenía una historia, pero no un pasado/ Cuando cerró sus ojos, los rusos se movieron/ Ahora estoy con miedo de caminar hacia el pasado”. Luego, en un gesto cuasi dylanesco, Cave se encarga de permutar el narrador de tercera a primera persona soltando frases como “Estoy empujando mi propia rueda del amor/ Tengo amor en mi estómago y un poco de dolor/ Y diez toneladas de catástrofe en una cadena de 60 libras/ Y estoy empujando mi rueda del amor en Jubilee Street (….) El problema fue que tenía un pequeño libro negro/ Y mi nombre estaba escrito en cada página…”

Como es clásico, Cave también nos entrega su particular forma de encarar la tradición del gótico sureño, con las visiones flamígeras y enumeraciones caóticas de “High boson blues”, que es pura lírica de road movie, en la que convergen Robert Johnson, Lucifer, Zulu, Miley Cyrus y la Amazonia.

En contraste a esta densidad de lenguaje, encontramos piezas como “We no who UR”, con bellas y simples referencias a la naturaleza. ” Al arbol no le importa lo que un pequeño pájaro canta/ Bajamos con el rocío en la luz de la mañana/ El árbol no sabe que el pequeño pajaro trae/ Bajamos con el rocío en la mañana/ Y respiramos en él/ No hay necesidad de perdonar/ Respirar en él, no hay necesidad de perdonar”, canta el australiano sobre un fondo de pianos rodhes, bajos profundos y percusiones reverberadas.

Un disco como Push the sky away también es posible verlo desde la óptica del pasado y la tradición de la banda; tiene el tono sumiso y extrañamente experimental (sin pretender serlo) de obras antiguas como Your funeral… my trial (Mute, 1986), no obstante hace su acto de presencia un miembro honorífico de aquellos años, Barry Adamson, en un par de cortes -quien además ha sido incluído en la gira, supliendo la ausencia por motivos de salud de Thomas Wydler-, el que se suma como un engranaje más en la sólida maquinaria de un proyecto que, aunque no se note a veces, es rico en arreglos de efectos, ambientaciones, loops, vientos y voces (incluso están presentes los niños del coro de la Escuela Saint Martin de Saint-Rémy-de-Provence con grandes resultados).

Y si, así suena Nick Cave & The Bad Seeds versión 2013, en pleno dominio de sus facultades. Músicos clásicos que guardan la gran ventaja de comprender que un álbum es un concepto y un todo, con un comienzo, un desarrollo y un desenlace. Esta simple idea se vuelve potentísima con las últimas frases de Cave en el tema que da título al álbum y que cierra el disco en medio de nubes de teclados sombríos y coros infantiles: “Y algunas personas dicen que es sólo rock ‘n’ roll/ Ah, pero le hace bien a tu alma/ Solo tienes que seguir empujando, seguir empujando el cielo lejos”. Luego de ello, el silencio demoledor que nos ayuda a comprender que estamos ante algo grande. De nuevo.