Aparecido en 1995.

Acá va otra crónica de senescencia para aburrir a oídos púberes. Les cuento: éramos jóvenes, inexpertos y ansiosos de los cambios. Todo era nuevo y brillante frente a nuestros ojos recién globalizados. Se llamaba democracia y no se limitaba solamente a los cancioneros de Silvio y las peñas a base de vino navegado y declamaciones de (mala) poesía. No, también era abrir los espacios para que el rock cantase el milagro. Porque la cultura será una prioridad. ¿Se acuerdan?

Y es así en el primer mundo, te lo juro… Los grupos de diversas tendencias se juntan y hacen recitales masivos compartidos. Y la gente escucha con respeto si no le gusta. Creo que no hay mejor expresión de la democracia y madurez de un país. Corría 1995 y tuvimos algo de esas experiencias, ya que algunos sellos importantes decidieron invertir en bandas nuevas y organizarles conciertos a gran escala para presentar en sociedad sus planes (“tres discos es un número suficiente para desarrollar a los grupos”, decía un esperanzado Carlos Fonseca, ejecutivo de EMI por aquella época).

Entre pifias y abulia transcurriría buena parte de la jornada de EMI, excepto por Lucybell y, en menor medida, Los Tetas. Nada comparado con los sucesos de 2 semanas después en el show masivo del sello Alerce, en que algunos fans de Panteras Negras subieron al escenario a cortejar directa y corporalmente a Ema Pinto, vocalista de la Ludwig Band, con el consiguiente puñetazo del saxofonista de la banda. Unos minutos antes Cathy Lean, de Mal Corazón, se había salvado milagrosamente de semejante suerte.

Volvamos a EMI. Era diciembre de 1995 y desfilaron por el mismo escenario Lucybell, cuando aún era grupo, Quique Neira, con unos dreadlocks a medio crecer en Bambú, Santos Dumont, estrenando en las voces a Julián Peña (hoy en Casanova), y unos furiosos Machuca desde Concepción. También aparecieron unos púberes con exceso de energía llamados Los Tetas y un par de artistas en sus últimas horas: Christianes, por desgano interno, y Jano Soto, por desgano externo (y por los escupitajos, pedazos de cartón e insultos varios que recibió en su show). Y, claro, nuestros héroes de película clase B, o como los presentó un nuevamente abucheado Jano Soto (hasta en eso lo pifiaron aquel fatídico día), “la banda más cool de este lado del Mapocho”: Pánico.

O sea, Edi Pistolas, Carolina Tres Estrellas, Tatán Cavernícola y Juanito Zapatillas. Protegidos con taparrabos y una pésima amplificación presentaban aquella noche su primer álbum, un disco conceptual sin mucho concepto a la vista. Una fotonovela de quinta categoría llamada Pornostar, un nuevo tratado sobre los espacios sombríos de Santiago entre tanta autocomplacencia económica.

Como una sucursal tercermundista de la imaginería de John Waters, Pánico y sus historias de travestis y burdeles en decadencia eran cualquier cosa menos la banda sonora de la transición. Entre homenajes a Bruce Lee y Barry Gifford, extrañas performances casi situacionistas (entrevistas llenas de datos falsos, actuaciones en TV con instrumentos de cartón, etc) y un sonido acotado, pero efectivo, Pánico fue el reverso de la escena local más famosa. Allí donde habían manifiestos libertarios, ellos incluían fotonovelas de dudosos gusto y humor. En el momento en que se aplaudía la técnica musical, ellos optaban por una precariedad disfrazada de energía y desfachatez.

Luego de un famoso primer EP en 1994 con Bruce Lee en la portada y la creación de uno de los primeros sellos independientes en Chile (Combo Records), Pánico entró al “plan EMI”, con Pornostar, en una movida que quizás fue (con ellos nunca se sabe) otra broma cerrada para “chicos pánico”. Con el formato de una fotonovela e incorporando los diálogos sobre las aventuras de Rosita, la pornostar que triunfará en “Nueva York, Roma, Río y Bangkok”; la banda de Edi Pistolas facturó un disco extenso, repleto de símbolos para entendidos y con un sonido poco amigable a las FM. Como una nueva cita a Pixies (el primer cancionero del grupo parece ensayado luego de escuchar Come on Pilgrim y Surfer Rosa todo el día), Pánico crean su propia suite a la Steve Albini, donde predomina el sonido seco, sin mayores sutilezas, casi lo-fi.

Para los detractores de la banda, ahí estaban algunos préstamos no aclarados (¿acaso la guitarra de ‘Experiencia super gore’ no parece sacada de ‘Brick is red’?, ¿No es ‘Playa’, un intento difuso de hacer su ‘Where is my mind?’), bromas poco graciosas (‘Espinilla’) y temas que no terminaban de cuajar (‘Sangre en la boca’). Por otra parte, estaba un par de singles para el año 2000 como ‘Miss Intoxic va a la disco’ y ‘Quiero estar anfetaminado’ , uno de los primeros experimentos de grabación casera en ‘Chicos y chicas’, y algunas canciones de excepción como ‘Al calor de una pistola’ o ‘Chica bonita’, junto con un constante pulso hardcore-punk que desbarataba cualquier intención seria de promoción masiva. Digamos que Pánico sería uno de los primeros grupos en ser eliminados del sello para, me imagino, satisfacción propia.

Algunos discos después, experimentos tropicales mediante, Pánico tuvo una segunda venida de la mano del sello Tigersushi, las conexiones estilísticas con DFA y, por supuesto, todo el caché que Franz Ferdinand puede provocar. Con el mismo desparpajo (y peinado) de hace 12 años, Edi Pistolas, Carolina Tres Estrellas y todo ese grupo de gente que resiste a ponerse nombres de carnet de identidad, probaron el éxito que trae seguir una idea de manera constante. Pero la sola imagen de Original Hamster abucheado (igualito a Jano, pero sin nada que pudiera transformarse en proyectil a manos de los espectadores) como telonero suyo en el Teatro Teletón trajo algunos recuerdos de viejos buenos tiempos. O si no, pregúntenle a Nick Cave por su accidentado show en Chile con Cypress Hill en 1996. El general Iturriaga Neumann debe sonreír desde su escondite.