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Éste, el tercer album del londinense Patrick Wolf, viene para quedarse con fuerza en la memoria de sus oyentes. Ese ánimo arrasador se deja ver desde sus primeras canciones, pero no sólo eso: también se nota un cambio de ánimo, un optimismo vital que irradia su música y la hace más atractiva.

The Magic Position
parte al mejor estilo de una canción candorosa de Flaming Lips en ‘Overture’ y se despide, pretenciosamente, en ‘Finale’. Un comienzo lleno de buenas vibras, amor para el mundo, frases que definen derroteros apasionados. El motivo alegre se repite en la canción ‘The magic position’, bajo bordes más románticos: “Ahora que todos mis sueños se hacen realidad/ ¿Cuál es el único que me guía?/Eres tú/ Tú me dejas en la posición mágica, cariño???. Las chicas deberían caer rendidas con este cumplido amoroso. Y claro, Patrick Wolf ha ganado portadas de revista, en parte, por su facha extravagante y refinada. Y su música, inconformista y dotada de genio –recordemos que, como a su amigo Owen Palett (Final Fantasy), le gusta tocar múltiples instrumentos clásicos y menos convencionales, desde el arpa al ukulele, y que también suele presentarse en solitario- hace la otra parte. Para hacerlo más sencillo: la música de Patrick Wolf es como una novela de amores y desencantos en el mundo moderno. A ratos, puede parecer chillona, pero pasado el cedazo histérico de su interpretación, muy a la par de un joven Jarvis Cocker, se descubre el sano espíritu de juego y experimentación que lo destaca actualmente.

Wolf no sabe hacer música sin volcarse, casi completamente, en lo que hace. Ahora ha encontrado nuevas triquiñuelas. La experimentación electrónica de trazos desordenados y sucios, su innovación al partir con Licanthropy (Tomlab, 2003), está más concentrada en dar precisos golpes de efecto, mientras el resto de los instrumentos de cámara crean un fondo más clásico. Entremedio, la voz de Wolf, engolada, siempre vibrante, va serpenteando los cruces abruptos de los sonidos que pone en choque. El conjunto es barroco. Y como tal, necesita su expresión natural, su apertura en el bosque sobresaltado. Hacia la mitad del disco, entran canciones taciturnas y sombrías, alcanzando su pick con ‘Augustine’, donde la letra de elegante carga poética y onírica necesita su escucha en inglés. De carga sedosa, hace el recorrido desde Scott Walker a Divine Comedy, con paradas en el Nick Cave más controlado. La gracia está en cómo Wolf sortea estas canciones más introspectivas, propias del Wind In The Wires (Tomlab, 2005), para saltar a los ritmos más modernos y chirriantes, zafándose rápido de lo melodrámatico.

Y aunque se caiga algunas veces, como en la lata de leyenda de ‘Magpie’, Wolf debería vencer a sus detractores con un disco camaleónico, ardiente y abierto a distintas texturas, desde el hit pop innegable que es ‘Get Lost’ – suena a nombre de álbum, ¿no?-, el oscurantismo de electrónica análoga en ‘Secret garden’, hasta la aventura de colores electrónicos y violines de ‘Stars’. Sí, esta vez el lobo está en la posición mágica.