Para escapar de las convenciones de Occidente, el compositor Harry Partch (1901-1974) inventó sus propios instrumentos e intervino los tradicionales. Durante quince años, su trabajo fue preservado en la Universidad Estatal de Montclair, en Nueva Jersey. En todo ese tiempo, ningún músico intentó desempolvar esas creaciones hasta que Paul Simon, en uno de sus provechosos arranques de curiosidad, y seguramente identificado con las intenciones de Partch, las usó para colorear algunos pasajes en blanco de Stranger to stranger. Se trata de artefactos como enormes bowls de cristal que cuelgan de un marco de madera, un armonio de tonalidad modificada o marimbas de bambú.

Aparte de visitar un instrumentarium con su estudio portátil, Simon acudió a varios artilugios del resto del orbe, como cajones peruanos o percusiones flamencas. Al comienzo del disco, apela al folclor de la India; “The werewolf” arranca con la ondulación del gopichand, una cuerda extendida por un palo de bambú que se bifurca en la base, una calabaza que cumple el rol de caja de resonancia. Con el filo humorístico que lo distingue, aborda en la letra la inequidad del mundo basándose en el principio de que “la vida es una lotería, mucha gente pierde, y los ganadores, los sonrientes, con sus ojos color dinero, se comen todos los nuggets, y luego piden más papas fritas”.

Coproducido por Roy Halee, un aliado desde la época de Simon & Garfunkel, Stranger to stranger envuelve en su alto concepto de la musicalidad. Es un festín para audiófilos en el que se cruzan desde los beats del productor italiano Clap! Clap! hasta los arreglos del connotado Nico Muhly. El propio Simon toca cerca de 15 instrumentos, mientras un puñado de músicos lo secunda en maracas, glockenspiel, trombón y lo que sea necesario para plasmar sus visiones sobre el ajetreo contemporáneo, una sensación ambiente que refleja con canciones nacidas desde la inquietud, pero que generan placidez. Como fuente de sus letras puede usar un viaje a Brasil (“Proof of love”) o un beisbolista de la antigua liga para negros (“Cool Papa Bell”), aunque anota su mayor triunfo planteando una situación absurda. En “Wristband”, la cumbre del disco, habla de un músico que sale a fumar antes de dar un concierto y los guardias le niegan el acceso de vuelta al recinto por no tener su acreditación. La historia deja de ser ridícula cuando notamos la metáfora: se trata de quedar fuera de todo y de los privilegios que sólo algunos gozan. Por ingenio, Paul Simon nunca se queda atrás.