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Aparecido en Mayo de 1998.

La lógica dice que lo primero es armar el grupo, hacer algunas canciones que rompan corazones con alguna excusa bailable de fondo y, por último, la separación por “inquietudes personales???, “distintas formas de ver la música??? o el eufemismo que se prefiera. Después de eso viene el disco solista en formato acústico en el que, por fin, dar rienda suelta a toda esa sensibilidad que la presión de la discográfica, los fans y la piratería que no ceja (bostezos a estas alturas) impidieron hacer. Como supondrán esos tratados acerca de dudas existenciales terminan siendo importantes sólo para sus creadores, quienes finalmente optan por evitar la cárcel y pagar su dividendo con alguna reunión forzada y una vuelta al sonido pop que tanto alegra/entristece a sus admiradores.

Nuestro villano invitado, el señor Joe Pernice, hizo lo contrario. Fue todo lo introspectivo y profundo que se pudo en sus comienzos neo-folk con Scud Mountain Boys, para luego optar por el pop melancólico de alto impacto con Pernice Brothers. Allí donde hubo una grabación de baja fidelidad y economía de instrumentos, luego apareció un sonido más pulido y una amplia sección de cuerdas. Donde las canciones eran plácidas postales campestres que revisar al lado de una chimenea (hablamos de USA, no olvidar), ahora aparecían fotografías nocturnas de ciudades en movimiento. Pero el autor era el mismo: “That time you held me by the hand so slow/I thought that I was getting close/What did I know?” (‘Wait to stop’); “It’s a long way to fall/When you find out how it really was/It’s a long way to fall/When you find out it never happened at all” (‘Crestfallen’). ¿Me creerías que también se destruyen corazones en la ciudad?

El antecedente del cambio estilístico de Pernice ya se podía encontrar en la metamorfosis que sufrió The Scuds, su primera banda, dedicada al negocio del rock and roll de bares a principios de los 90s. Con los mismos personajes (Tom Shea, Stephen Desaulniers y Bruce Tull) formaría en torno a una mesa de cocina (literalmente ahí grabaron su primer disco) Scud Mountain Boys, una banda de inspiración neo-country, ideal para los viudos de Uncle Tupelo.

Si la maravilla del country alternativo desaparecía para transformarse, con desigual suerte, en Son Volt y Wilco; aún existían opciones para entristecer lánguidamente gracias a la banda de Pernice que transmitían en una frecuencia muy baja, con predominancia de guitarras acústicas y un paso cansino que alternaba originales en la línea de Gram Parsons con covers de Jimmy Webb y Bob Stone. Cuando todos auguraban la mejor de las penas para la nueva banda, Joe Pernice tomó las gloriosas armonías vocales de ‘Big hole’, el track más destacado de Massachussets (Sub Pop, 1996) para fijar la guía de sus siguientes pasos. Luego, sólo bastó revisar sus discos de Big Star, Todd Rundgrenn y Matthew Sweet para “salir del closet??? popero: con ustedes, por fin, Pernice Brothers.

El nombre proviene supuestamente de la inestimable ayuda, sólo en estudio, de su hermano Bob (“mi único hermano???, como lo presentaba emotivamente en el disco en vivo Nobody’s watching/Nobody’s listening), porque de familiares los Pernice tienen lo mismo que los Walker o los Dobbie. Más bien es la gran capacidad melódica de Joe, sumado al apoyo fiel de sus escuderos Peyton Pinkerton y Thom Monahan, lo que deriva en un manejo simple de la amplia gama de instrumentos utilizados. En Overcome by Happiness, primer disco de la banda, la producción de Mike Deming logra manejar de manera adecuada los planos para que las guitarras junto con las secciones de cuerdas y bronces no choquen entre sí. No hay grandilocuencia, sobre todo porque es la cálida voz de Joe Pernice la que conduce a buen puerto el disco. Hay algunos intentos de endurecer el sonido y las intenciones como en ‘Clear spot’, pero en general lo que sale de los parlantes es desgarradoramente sencillo (¿o “cruelmente plácido??? puede ser?). Algo así como morir de amor en pleno sol californiano.

Si se escucha atentamente Overcome by Happiness (nada de difícil con sus casi 40 minutos de duración) se pueden encontrar las ligeras diferencias que serían desarrolladas en los siguientes discos de la banda. El sonido más rockero en el maravilloso The World Won’t End (Ashmont, 2001) o la simpleza acústica de Yours, Mine and Ours (Ashmont, 2003), ya están presentes en los cortes de su primer disco, pero la comparación más directa está en el reciente Live a Little (Ashmont, 2006), donde vuelve Monahan a los controles y la respetuosa “wall of sound??? de violines y bronces reaparece en gloria y majestad. El principal atractivo de este último álbum es retomar la frescura de los primeros discos, sobre todo del que nos convoca hoy: el viraje estilístico más plácido de la década pasada.

*Todas las semanas revisamos un clásico contemporáneo. Algo para hacer memoria reciente.