Es el 6 de octubre de 2012 en el Hollywood Bowl de Los Angeles (aunque bien podría ser el 8 de octubre en San Diego, el 9 en Santa Barbara y así durante 67 fechas y dos años de tour) cuando el bueno y hipstermente barbón Peter Gabriel introduce el show de la noche con una metáfora culinaria adecuada: la entrada será una presentación acústica, incluyendo un adelanto de ese disco que no verá a la luz antes que Chile gané su quinta Copa América; el plato de fondo, un set eléctrico convencional; y el postre, dice el goloso barbón, un recorrido completo por So, que cumple 26 años y tres meses o cualquier aniversario del horóscopo chino que justifique la gira. En orden y aparentando cierto concepto donde, gracias a Dios, sólo existió un maravilloso conjunto de canciones, Gabriel se entrega a un nuevo paseo por nostalgias propias y ajenas. ¿Cansado del enésimo enjuague de la obra del inglés? Nosotros también, pero culpemos a artista y público, no al fantástico disco que hoy cumple 30 años.

Para que se entienda bien: el último trabajo de estudio de Peter Gabriel tenía a Lagos de Presidente, a los japoneses organizando un mundial de fútbol y a Coldplay comenzando su reinado de aburrimiento. El anterior a ese ubicaba a Frei, gringos y Collective Soul en las coordenadas recién nombradas; y previo a aquello, el disco que hoy reseñamos. Somos algo injustos, ya que han existido algunas bandas sonoras, mega espectáculos holísticos con guiños a las “músicas del mundo” (que es como llaman a los sonidos de por acá la gente de por allá), festivales de conciencia social y absolutamente todas las revisiones que se puedan hacer del mismo repertorio (incluyendo lo sinfónico y un disco autoencargado de covers de su obra). Pero en todo aquello, además del regodeo con la obra propia, pocos atisbos existen de un sucesor a la altura de So.

El ritmo antiestrés de Peter Gabriel ya se vislumbraba a mediados de los 80, cuando cuatro años separaban a su cuarto disco homónimo (Security para el mercado estadounidense) de lo que se realizaba en Ashcombe House, el estudio casero donde se había preparado también la banda sonora de Birdy, de Alan Parker. Con un equipo nuclear conformado por Gabriel, el productor Daniel Lanois y el guitarrista David Rhodes, los primeros demos fueron acrecentando su complejidad para dar paso a la llegada del bajista Tony Levin, el batería Manu Katche y luego un batallón de cómplices que se contabilizarían al final en una treintena de invitados. El objetivo: combinar el impulso pop que ya había denunciado piezas como “Schock the monkey” del disco anterior, con algunos aires Motown y el influjo de la música africana y brasileña, que ya despertaban su interés.

Esa combinación que el mismísimo Gabriel ha transformado en un ladrillo en ocasiones posteriores brilla sin problema alguno en los nueve cortes de So. Desde el dramatismo telúrico de “Red rain” hasta esa conclusión de ecos avant garde con “This is the picture”, su quinto disco solista no sólo recorre las lógicas que motivaron su carrera hasta ese momento, sino que amplía el registro hasta coquetear con el soul, el funky o derechamente el pop. Alguien (gracias, Lanois) le sacaba la bendita flauta al juglar saltarín del Genesis modelo 1974 y nos entregaba un músico que, en la exploración de nuevos terrenos, desarrollaba un olfato melódico inédito.

Ya fuese en ese remanso con una sutil percusión brasilera de “Mercy Street”, en el reggae a medio camuflar “Don´t give up” (junto a Kate Bush), en el impulso soul y funky de “Sledgehammer” y “Big Time”, o en la unificación de todo aquello con las raíces africanas de “In your eyes”, en 1986 Peter Gabriel resolvió una difícil ecuación entre innovación y accesibilidad que, coincidentemente y con materiales parecidos, también desarrollaba el estadounidense Paul Simon en Graceland, aunque con un presupuesto deluxe.

Luego de So vino el éxito mundial, las giras, Amnesty, Chile (donde dicen que volvió la democracia), un disco áspero y con menor gracia y todo lo que ha hecho crecer la barba y el prestigio de Peter. Pero nada parecido a So, claro. Un disco que toma algunos conceptos que, de tan manoseados, parecerían medio inocuos a estas alturas, como emoción, multiculturalidad y talento. Nada que se vea con la frecuencia que uno quisiera.