El primer disco que John Parish y PJ Harvey firmaron en conjunto – Dance Hall At Louse Point (Island, 1996) – fue descrito por sus autores como un experimento que permitió a Harvey “ver hasta dónde podía llegar líricamente” y a Parish “ahondar un poco más en la intelectualidad de sus melodías”. Sin embargo, y más allá de las críticas dispares que en su momento recibió, Dance Hall… permitió a sus autores aunar criterios musicales que confluirían en la grabación de Is This Desire? (Island, 1998), la cumbre musical de Harvey y, muy probablemente, el mejor disco producido por Parish.

A pesar de lo anterior, algo pasó con PJ Harvey al cambiar el milenio: ya con Parish fuera de la producción –y centrado en sacar discos en solitario–, y a partir del cándido Stories From The City, Stories From The Sea (Island, 2000), el sonido de la inglesa cayó en un proceso de profunda introspección, cuyas mayores cotas se alcanzaron en el oscuro e inquietante White Chalk (Island, 2007), un punto de inflexión en su carrera que desató cualquier lazo con el seminal Dry (Too Pure, 1992). Lo anterior daba por sentado que un nuevo trabajo de la cantautora seguiría esa (áspera) línea musical, más si seguía dejando la producción en manos del retornado John Parish, responsable del sonido conseguido en White Chalk.

Repitiendo la manera en que se compuso Dance Hall… (Parish a cargo de las melodías, Harvey a cargo de las letras), no se podía preveer que A Woman A Man Walked By (Island, 2009) fuera, para dejarlo en claro de una vez, un disco tan desgarrador como intenso. No sólo porque John Parish se ha sacado de la manga un puñado de melodías que superan incluso las conseguidas en su tremendo How Animals Move (Island, 2002), sino porque la voz de PJ Harvey es el perfecto complemento para ellas, recuperando el tono desgarrador con el que hace 17 años suplicaba puedes amarla a ella y a mí también al mismo tiempo (“Oh My Lover”). La potencia de la inicial “Black Hearted Love” lo deja más que claro: la guitarra de Parish con un riff punzante y ensordecedor, es la perfecta compañera para esa llamada al suicido emocional con la que Harvey convoca a su amante de corazón negro. Y hay más: country oscuro in crescendo con citas a una infancia inquietante (“Sixteen, Fifteen, Fourteen”, en que la rasposa voz de Parish acompaña los coros); rock duro de inspiración feminista (“Pig Will Not” o la frenética canción que da el nombre al disco) y melodías con ciertos aires góticos (“Leaving California”).

Y donde la música lo es todo, también lo son las letras. “Me pregunto ¿dónde se fue la pasión? / no hay ternura en tus manos / no hay nada cercano para mí esta noche” canta PJ Harvey en “Passionless, Pointless”. Pero es un todo donde la pérdida y la rabia contenida son ejes emocionales que traducen la intención musical de Parish. Son piezas que encajan para formar un puzzle inmenso que eriza los pelos. “Abril, te veo marchándote / no sé que significa el silencio / puede significar cualquier cosa” (“April”). Son sinuosas invitaciones a llorar, a lamentarse, a entender el amor. Es la visión de dos músicos que saben encontrar lo esencial para hacer grandes discos… y si es necesario un nuevo hiato de 13 años para que vuelvan a firmar algo en conjunto, más vale esperarlos. Dejemos en el intertanto que el banjo de Parish resuene en nuestros oídos mientras Harvey pide que la envíen a casa “dañada / sin descanso / dispuesta / ansiando” (“The Soldiers”).