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Aparecido en 1989

Es un problema casi semiológico. O sea, cuando Jon Spencer pronuncia la palabra rock, no es lo mismo que cuando la ocupan, por ejemplo, Def Leppard o Joan Jett. Tampoco cuando algún metalero oxigenado mueve sus rizos rubios al ritmo de alguna frase que contenga la mismísima palabra antecedida por un “I wanna??? o un “I love???. Y eso que nuestro villano invitado surgió por esa misma época. Claro que en vez de hacer guitarras aéreas y llenar de reflectores un escenario inmenso, Spencer optó por el sonido, la estética y el olor de un garage. Por ahí se parece más al rock and roll a la manera de Lou Reed (“She started shakin’ to that fine fine music/ You know her life was saved by rock ‘n’ roll”), pero esas disquisiciones semánticas poco le deben importar a uno que definitivamente rockea como Jon Spencer.

Si no, pregúntenle a las cortinas y al micrófono del Teatro Oriente en Santiago, que en Abril de 2001 fueron atacados por un señor en plan destructivo. Con un look mezcla a partes iguales de Jim Morrison modelo 1969 y Charles Manson; Jon Spencer y sus secuaces Judah Bauer y Russel Simmons (para los amigos, The Blues Explosion) se olvidaron de las secuencias electrónicas de Acme (Matador, 1998) para atacar a base de 2 guitarras y una batería a un público algo impávido. Y mientras repetía a cada minuto frases como “Blues Explosion is number one!???“Rock and Roll??? o ???The Blues is Back???, no hallaba nada mejor que colgarse de las cortinas o, en su defecto, romper pedestales de micrófonos. Y eso que lo teníamos en una versión sofisticada y, por decirlo de alguna forma, familiar. Casado y con una carrera ya establecida en el circuito indie, Jon Spencer más bien nos dio una pequeña postal de sus salvajes inicios: los días con Pussy Galore.

Nombrados a partir de una clásica antagonista de James Bond, el combo de Jon Spencer, Julia Cafritz, Neil Michael Hagerty y Bob Bert, se transformaron en estandartes del ruido y la confusión en el Washington de mediados de los 80s. Con una estética que unía la elegancia yonqui de Velvet Underground con la estampa arrabalera de un homeless; el cuarteto trató de unir en intentos generalmente fallidos el garage con la vanguardia sónica. Con un ex Sonic Youth a cuestas (el batería Bob Bert), Pussy Galore consiguieron como nadie transformar el estiércol en una suerte de arte. Sin bajo, sin promoción y casi sin público, molestaron desde el principio (de ahí su versión completa de Exile On Main Street de Rolling Stones) para desarrollar una propuesta que jamás logró llegar a una audiencia considerable. Si tomamos en cuenta que el disco reseñado es su esfuerzo más “comercial??? entenderemos todo. “No somos gente real, somos monstruos???, dice el librillo interno. “No tenemos una vida fuera del escenario???, concluye. ¿Exageración? ¿Es que acaso no viste como arrancaba las cortinas en 2001?

En Dial ‘M’ For Motherfucker las variantes de Pussy Galore parecen reducirse a dos: el rock en su variante garagera a la Stooges o New York Dolls; y la experimentación sonora propia de los primeros Sonic Youth o Glenn Branca. Con la salvedad que todos los mencionados poseían un manejo mayor de sus instrumentos que los que daban cuenta nuestros amigos. Hay cierta precisión metronómica en el sonido a base de tachos de basura de Bob Bert (si no, escuchen cómo se intercalan los ritmos en ‘Undertaken’), y hay imaginación (ya que no rigurosidad) en el tandem de guitarras de Julia Cafritz y Neil Michael Hagerty , pero nada de eso se acerca ni remotamente a lo que llamaríamos virtuosismo. Por el contrario, lo que sobra es imaginación (‘Kicked out’ y ‘Dwda’, por ejemplo, combinan con gracia el collage sonoro con la base rockera) y realmente mucha (bendita palabra) actitud. Donde no hay pulcritud, que exista el desparpajo; donde la claridad no se haya presentado, que impere el desorden. Que efectivamente el señor del afro en la portada entre a tu habitación y cometa algún desastre.

Producido (o algo así) por Steve Albini, este disco, que originalmente se iba a llamar “Make Them Eat Shit Slowly???, significó la ruptura de una banda ya fracturada por los excesos y la falta de respuesta pública. Primero fue la guitarrista Julia Cafritz -quien formaría más tarde el proyecto Free Kitten junto a Kim Gordon de Sonic Youth- y luego el resto del grupo, dejando a Spencer casi como solista en el póstumo Historia De La Música Rock (Caroline, 1990), que ni siquiera logró una presentación en vivo. Transformados en una especie de freak show en Europa (en Estados Unidos fueron simplemente ninguneados), Neil Michael Hagerty optó por alejarse y mantener el espíritu lo fi en Royal Trux; mientras Spencer desarrollaba una carrera intachable, primero en Boss Hog con su señora Cristina Martinez y luego en su propio combo Blues Explosion. Que Jon Spencer ahora sea una suerte de dandy rockero con arrebatos de cortina incluidos, sólo refuerza el valor de su banda original como el experimento necesario para la maduración de un estilo. ¿Es que acaso alguien quiere ver reunidos de nuevo a Pussy Galore?