the-drift.jpg “Éste no es un disco pop; es una pesadilla. Es una película de terror, parte Cocteau, parte Jodorowsky. Es un burro siendo masacrado, es una orquesta repentina gritando, es Elmer Gruñón saltando detrás de un pilar transformándose en una nube de abejas y picando tu cara con un millón de obscenidades fantasmales???. Nick Currie, Momus.

No es para nada simple comentar el regreso discográfico de un artista de la talla de Scott Walker. Una década debió pasar desde el asolador e inclasificable Tilt (Fontana, 1995), que en su momento dejó en claro lo lejos que estaba del emotivo pop existencialista con el que se ganó el respeto a fines de los ‘60. En cambio, justo en la mitad de la década pasada, el oriundo de Ohio parecía agitar su mano desde un barco que se alejaba hacia terrenos de búsqueda insospechados y de los cuales, probablemente, no regresaría nunca. The Drift se nos propone como una parada obligada en esta búsqueda. Aquí, temáticas comunes como la violencia, la soledad, el morbo y la tristeza son abordadas desde un prisma despejado (y despojado) por la madurez y, al igual que en su predecesor –y, por qué no decirlo, que el anterior, Climate of Hunter (Virgin, 1984)–, nos damos de bruces con trabajos que dan pie a un mesurado entendimiento y análisis, caso perfectamente asimilable a obras de autores tales como Beckett, Buñuel, o Schaeffer, sólo por aludir algunos personajes en diferentes disciplinas.

El álbum abre con ‘Cossacks are’, la canción más “tradicional??? del disco, con un ritmo fuerte a base de guitarra eléctrica, bajo y batería, sobre la cual se construye una montaña rusa de sonido en la que se dejan confundir las acrobacias líricas de Walker (basadas en trozos y despojos televisivos) acompañado de una mínima sección de cuerdas que plasma una atmósfera de tensión casi insoportable. El disco continúa con ‘Clara’, canción basada en la tragedia (libros de historia del siglo pasado aparte) de Benito Mussolini y Claretta Petacci, quienes fueron castigados, incluso, hasta después de muertos. Se grafican estos actos de odio en un escenario de vaudeville, mientras el tema avanza amenazante con las intervenciones de Walker y la inusual participación de Vanessa Contenay-Quiñones (voz de Vanessa and the O’s, la nueva banda del guitarra de Smashing Pumpkins, James Iha), quienes flotan sobre un muro de sonido de cuerdas que parece que hubiesen sido tratadas por un Phil Spector endemoniado. De ahí, sólo un paso para el desconcertante solo de puñetazos propinados a un trozo de carne, cortesía del percusionista Alasdair Malloy.

‘Jesse’ es básicamente una reinterpretación de sucesos que rodean la caída de dos pares de gemelos; un paralelismo entre Jesse, hermano no nato de Elvis Presley, y las torres del Centro Mundial de Comercio en Nueva York.“Soy el único que ha quedado vivo???, versa aquí Walker, ajeno a todas las posibles interpretaciones que se le podrían atribuir. ‘Jolston and Jones’ se encarga de romper el silencio con una mixtura de bajo, batería sincopada y samples que evocan plagas y desgracias. Se da paso a una fase de sombría tranquilidad, en la que Walker sigue arrojando veneno: “Con la asquerosidad de la primavera manchada en los muros/ Donde niñas hermosas se hicieron putas/ Donde los niños muertos han nacido/ Golpearé un burro en las calles de Galway???. El talante del ex Walker Brothers se muestra incólume hasta que la música comienza a retornar con más violencia hasta convertirse en un ciclo demencial (estallidos instrumentales y hasta un burro rebuznando decolorando el cuadro general). ‘Cue’, por su parte, es la mitad física del disco; redunda en la tensión con un particular diálogo entre Walker y un tambor, que decanta en un largo crescendo hacia un arreglo de cuerdas que muy poco le falta para convencer de que ser presa de cuervos no es una mala idea.

Ya en la mitad del álbum, se percibe un tono cada vez más oscuro (casi como demostrando que no hay ironía posible en esto), lo que queda claro en ‘Hand me ups’, que casi parece emanar el aire de una carnicería de barrio (con un destacable uso del saxo a modo de sierra continua), que abre sus puertas de vaivén para dejar entrar cada vez menos luz con su movimiento. Incluso, hasta se pueden escuchar algunos huesos crujir. ‘Buzzers’ hace libre alusión al conflicto de Milosevic en Serbia. Éste es un pasaje apacible que falla en dar tranquilidad.

‘Psoriatic’, con un tratamiento de guitarras ambientales, se encuentra más tarde con un solo de chelo eléctrico que recuerda las “influyentes travesuras??? del asesino serial Ed Gein. Walker en su particular estilo se deja conmover para escribir acerca de gente enferma. El disco se aproxima a su fin y es ‘The escape’ la que anuncia el inicio de este fin; el sonido deambula entre la melodía, el ritmo y una nausea justificada, hasta que nuevamente aparecen ciertos depredadores sobre nuestras cabezas (aquellos cuervos) y Walker no encuentra nada mejor que espantarlos utilizando su atrevida relectura al Pato Donald (¿o era Gollum?) lejos de la ternura y el chiste; cerca de lo espeluznante.

Después de episodios de tensión muchas veces es recomendable un vaso de agua con azúcar. A Walker no le interesa eso y cierra el disco con una canción que es simplemente triste, pero que para variar se encausa hacia el misterio. Es con ‘A lover loves’ que cierra The Drift y es su aura de melancolía la que no encaja con el “Psss, Psss, Psss??? que Walker susurra a lo largo del tema.

Ésta es una obra completa que requiere la no aplicación del método científico y que exige que la emotividad nos pille distraídos. En suma, este regreso de Scott Walker es un crepúsculo longevo que sólo se hace noche por mano de una lírica traumática, revisionista y contemplativa, que nos recuerda que las sombras sólo se dan de día y que algunas personas sí ven en la oscuridad.