En estos tiempos en los que un sonido puede venir de cualquier parte, de un sintetizador, de una voz procesada, de cualquier cosa con botones o perillas, realizar un disco dedicado a un instrumento, que se preocupe de explorar sus posibilidades y su sonoridad, y lograr además que no sea un estéril ejercicio intelectual sino que pueda disfrutarse sencillamente como una colección de canciones, es toda una hazaña. Sólo eso ya pone a Kau en la liga de grandes discos hechos pensando en un instrumento, como Kontakte (1960), de Karlheinz Stockhausen, para piano y cinta magnetofónica; A love supreme (1965), de John Coltrane, para saxo tenor y cuarteto de jazz; Newbuild (1988), de 808 State, para Roland TR-808; y Carpal tunnel syndrome (2000) de Kid Koala, para tornamesas.

El instrumento de Silvio Paredes, cuya trayectoria tras Electrodomésticos y Los Mismos es innecesario reproducir aquí, es el Chapman Stick. Los que quieran ahorrarse la búsqueda en Wikipedia para saber qué es exactamente, pueden quedar contentos sabiendo que es un instrumento eléctrico de cuerdas sin caja de resonancia, que a lo que más se parece es a un enorme cuello de guitarra, con 8, 10 ó 12 cuerdas, y que tiene un amplio registro que a veces lo acerca al bajo eléctrico y otras veces a la cítara.

Ver a Paredes tocando el stick en vivo es toda una experiencia, pero ¿qué pasa con escucharlo en la casa, sin la inmediatez acrobática de ver cómo pasa sus dedos por el stick para lograr esos sonidos? La respuesta es que también es una experiencia, pero algo distinta. Sin la historia de interpretación detrás, sus canciones, porque eso es lo que son aunque nadie abra la boca, se defienden solas, a puro sonido. En ese sentido, hay aquí momentos que se acercan al frenesí rítmico de Los Mismos, y hay instantes en que Paredes busca y logra un virtuosismo que no está tan alejado de gente como Jaco Pastorius.

Kau se transforma así en una pequeña colección de momentos que es fácil comparar con estados de ánimo. Hay pasajes eufóricos que parecen anticipar largas noches frenéticas, hay remansos de paz contemplativa en los que Paredes parece regocijarse y regocijarnos con el sonido de una cuerda al aire antes de arrojarse a experimentos que exigen destreza de solista.

Los que estén pensando en huir de Kau como si fuera una reliquia de museo de los tiempos en que gente como Rick Wakeman o Joe Satriani nos aburrían demostrando lo mucho que dominaban su instrumento, piénsenlo dos veces. Kau es muchas cosas, es una pieza inteligente, amena y desafiante a ratos. Que es el disco de un virtuoso es sólo una entre las muchas cosas que es, y considerando el brillante resultado, bien podría ser sólo una anécdota.