Aparecido en marzo de 1993

Esas cosas deberían venir con el instructivo. O pasártelo en tu primer curso de estrella de rock en ciernes. Nunca jamás logres el éxito instantáneo. Y menos aun con delirio de prensa incluido. Porque luego NADA será igual de bueno. Serás acusado de pomposo, vendido, inaccesible y accesible por partes iguales. ¿Entendiste? Demórate lo suficiente para no generar suspicacias. O sea, no hagas lo de Suede, hipotecando todos los ahorros en un incontestable e insuperable primer disco. Evita colocar una vara tan alta que impida siquiera valorar los siguientes logros.

Este pequeño tratado sobre las bondades de la mediocridad surge a partir de Suede, primer disco de la, en ese momento, “más grande banda después de The Smiths bla bla bla???. Un trono ocupado antes por The House of Love y Stone Roses, y luego repartido (en sus respectivos 15 minutos) entre Oasis, The Libertines, Arctic Monkeys y también esa banda que, en estos momentos, sube su primera canción a myspace. El grupo que nos convoca hoy tenía de su lado dos armas por las que enloquecen los dueños del hype (esa forma instantánea de hacer fama y fortuna en otros): actitud y (muy) buenas canciones. Exudando malditismo y carga sexual, por una parte, y arremetiendo con algunos singles que se les olvidó escribir a Ziggy Stardust y T Rex, por otra; Suede despegaron de forma inmediata en la escena inglesa, rendida a sus pies con su diana inicial llamada ‘The drowners’. Digamos que la andrógina portada de dos adolescentes besándose en su primer disco, sólo ratificó el interés mediático.

Con el impacto de ‘The drowners’ sumado al éxito de la formidable ‘Metal Mickey’ unos meses después, el primer disco de Suede confirmaba las expectativas iniciales ganando el Mercury Prize por mejor álbum, superando a viejas y nuevas glorias como Sting, New Order, Stereo MC’s o PJ Harvey. Pero el puro empuje de una prensa ávida de musi-morbo no hubiese bastado de no existir una inoxidable batería de canciones y los músicos dispuestos a defenderlas, a la par, con fuerza y sutileza. En la retaguardia la solidez del bajista Mat Osman y el batería Simon Gilbert, y en la delantera, la improbablemente duradera pareja del vocalista Brett Anderson y el guitarrista Bernard Butler.

Reunidos a partir del histórico núcleo formado por Osman y Anderson (ya fogueado en los efímeros grupos previos Geoff y Suave & Elegant), la sinergia entre el cada vez más expresivo frontman y la meticulosidad del guitarrista y arreglador, generaron una selección de canciones perfectas para el sonido en vivo (crudas y potentes, pero con riffs tarareables e imaginativos) que ganaban matices en el trabajo en estudio de Butler. Canciones ya completamente definidas en directo como ‘So young’ o ‘Animal Nitrate’ mejoraban con la incorporación de teclados y pequeños detalles (las campanas de ‘So young’, los filtros de voz en ‘Moving’) que acercaban a Butler y al productor Ed Buller a una versión 90s del trabajo de Tony Visconti con el siempre referente David Bowie. Cierto que algunas baladas como ‘The next life’ o ‘Breakdown’ pueden ser peligrosas para personas con diabetes avanzada, pero la vitalidad general del disco mantiene el interés, motivado por las ambiguas referencias líricas de Brett Anderson y un tono épico todavía controlado.

Esta suerte de versión actualizada de los Spiders form Mars se mantuvo en el ojo público durante todo 1993 no sólo por el premio referido, sino porque Suede se transformó en el disco debut de venta más rápida (luego superado por los primeros álbumes de Oasis y Arctic Monkeys, aclaremos) en el Reino Unido. De ahí, grandiosas giras, el clásico intento fallido de entrar al cerrado mercado estadounidense y, por último, ese disco donde demostrar que no hemos sido todo lo pomposos y épicos que podemos llegar a ser. Jugada acertada a medias, porque el disco en cuestión, Dog Man Star (Nude, 1994), salió bastante bueno, pero en el camino se quedó Bernard Butler que abandonó la banda antes que terminaran las grabaciones.

Con Richard Oakes en la guitarra y Neil Codling en los teclados, Anderson (a esa altura, líder exclusivo de la banda) facturó un disco bastante convincente (Coming Up, 1997), otro dudoso (Head Music, 1999) y un último derechamente con cara de epitafio (A new morning, 2002). Por su parte Butler puso su talento más al servicio de otros (Aimee Mann, Neneh Cherry, The Libertines) que al suyo propio, donde hizo discos irregulares como solista y en un dúo con David McAlmont. Tampoco tuvo tanta gracia el reencuentro Anderson-Butler como The Tears, banda que grabó un álbum en 2005, consumido de antemano por sus propias expectativas. O las de un público con varas demasiado altas.