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En los tiempos en que Seattle se alzaba como el centro de la galaxia musical y la crudeza del grunge era el faro que orientaba el gusto musical, una banda de San Francisco parecía hacer caso omiso a los dictados del momento aunque, hay que decirlo, en sus armarios también predominaban las camisas a cuadros. Eran los Red House Painters y venían a imponer sus lentas y ensoñadas guitarras como marco ideal para historias de pérdida y ruptura sentimental. La hipnosis lunar y brumosa de sus cuatro primeros discos para el sello 4AD –qué otro si no – los coloca como una de las más emocionantes notas al pie de página del pop desgarrado y sensible; una banda relativamente ignorada que, no obstante, haría escuela en la creación de todo un movimiento: el sad-core y sus acólitos de Low, Codeine y Spain, entre otros.

Para Songs For a Blue Guitar (1996) y Old Ramon (2001) –su quinto y sexto disco respectivamente– 4AD ya no estaba interesado en ellos y, a la vez, su música se había vuelto más luminosa y pastoral. Clausurada la historia de Red House Painters, el alma atormentada de Mark Kozelek –su propulsor– no perdió el tiempo y junto al baterista Anthony Koutsos, abrazó ese cambio de sonido operado en los dos discos mencionados, sumó toneladas de mandolinas, quitó reverb y pateó el tablero con su nuevo proyecto: Sun Kil Moon.

Luego de Ghosts Of The Great Highway (2003) – un debut ejemplar y conmovedor – Mark Kozelek se la juega por un disco constituido integralmente por covers de Modest Mouse: en Tiny Cities (2005), logra vampirizar las composiciones de Isaac Brock y las lleva a jugar a su propio patio de juegos. Si bien, uno de los pasatiempos preferidos de Kozelek fue siempre el de adaptar canciones ajenas – desde Kiss hasta AC/DC – hasta hacerlas prácticamente irreconocibles, se abría un interrogante acerca de cual sería el futuro de Sun Kil Moon.

La respuesta llega con April. Y con él, la confirmación de Kozelek como un brujo experto en eso de conjurar un trance en el que las sorpresas epifánicas vienen dadas por sutiles cambios de tono o el agregado de nuevas capas instrumentales. Es que a diferencia de Ghosts Of The Great Highway, en el que cada tema proyectaba un brillo característico, en esta nueva entrega se percibe un apocamiento generalizado, un mood uniforme. La banda, enriquecida por los aportes vocales de Ben Gibbard, Eric Pollard y Bonnie Prince Billy – enorme en “Like The River??? – suele proyectar una idea melódica sobre la cual montan jams a dos o tres guitarras que se prolongan por el resto de la canción y en los que alternan los timbres acústicos y eléctricos. Este no es un disco que uno escucha, sino uno en el que nos metemos para dejarnos llevar por su narcótica y nocturna calidez, un verdadero estado de ánimo.

Hay tres momentos que refulgen y provocan admiración. La apertura del disco con “Lost Verses??? marca el tono y con sus casi diez minutos traza una línea imaginaria que deja por fuera al escucha ansioso que sólo persigue la inmediatez pasatista y que, por el contrario, abraza al auditor paciente. Su electrificada coda final –una cápsula temporal que desentierra lo mejor de los Red House Painters –surge a contramano del desarrollo melódico y nos invita a ver si, efectivamente, no se trata de otra canción. Otro pasaje de singular belleza viene dado por “Moorestown???, con un arreglo de cuerdas de evocativa nostalgia que refuerza la remembranza de una relación que ya no es. Para el momento en que llega “Tonight In Bilbao??? nos queda claro que –a pesar de algún momento obvio, como esa réplica homenaje a Neil Young y sus Crazy Horse que es “Tonight The Sky???- ya nada puede hacer naufragar la belleza oscura de April.

Como su foto de tapa – una lograda toma de una habitación iluminada tenuemente por una lámpara antigua – April transmite una tristeza resignada que invita al recogimiento y a la deriva mental. Sin dudas, un disco contraindicado para aquellas personas que sólo acepten las respuestas que les brindan los tres minutos de una canción pop.