Lo peor que le puede suceder a un artista ambicioso es reflejar indulgencia en su obra. Curioso es al menos que Bill Baird, vilipendiado miembro de la escena musical tejana, enfrente esta realidad en un mismo año con dos discos que reflejan lo bueno y lo malo de abrazar lo que más se pueda un cúmulo reducido de ideas, sin aceptar la posibilidad de no ser lo suficientemente capaz de sostenerlas todas en sus canciones. Estos dos discos que ha publicado bajo el nombre de {{{Sunset}}} –acrónico para Super Ultra Neon Serendipitous Extreme Tongue– muestran a Baird como un tipo con la cabeza puesta en esas largas, pomposas y volátiles obras sicodélicas y progresivas de los ‘70, las que deambulando en una misma esfera intentaron satisfacerse sin suponer lo limitado de su fuente inspiradora. A veces resultó, otras veces no.

Bright blue dream es un caso en que no resulta todo bien. La aspiración de Baird por proponer en el debut de {{{Sunset}}} un pop ambiental con guiños al lo-fi, metiéndose entre el slowcore menos álgido y los Flaming Lips de principios de los ‘90, agota rápidamente por no dar nuevos bríos sino mostrarse extremadamente conservador y apagado. Al tomar la languidez del space-rock como principal herramienta decorativa para la estructura marcial de las canciones, todas ellas (diez en total) pasan de la búsqueda por un estadio solemne a un aburrido tránsito por la misma fórmula monocorde. La escasez de momentos que impulsen cierto quiebre junto a la innecesaria prolongación ad infinitum de drones, especialmente al principio de cada tema, hacen que los cuarenta y pico minutos del álbum se sientan como si escucharas un disco dos veces más largo. Lo curioso aquí es que, a pesar de mala sintaxis compositiva de Baird para dar mejores conclusiones a los temas o enriquecerlos, Bright blue dream tiene un bicho melódico que desgraciadamente ha sido ahogado en el sopor de lo repetitivo y somnoliento.

The glowing city, un trabajo más conectado a esa faceta pop que erróneamente se esquivo en Bright blue dream. Aparecido en julio y con sólo cuatro meses de diferencia de su antecesor, The glowing city es Baird siendo juguetón, dándole mejor acabado a su idea de canción en la que parece no ocurrir nada: lineal, pero con efectistas arreglos que evitan aburrir. Es agradable encontrarse con el mismo tipo que hace poco se quedaba pegado con ciertas premisas sin ser desarrolladas completamente, ahora matizando sus canciones con voces corales, guiños folkies y vientos soul. Pero la falta de foco sigue siendo el talón de Aquiles para Baird; si antes falló al querer crear una obra space-rock sin nada que emocione, ahora peca de grandilocuente con un disco de ochenta minutos y dieciocho tracks, que mezcla canciones notables como “Zombie”, “Hunt so the need high” o “Graveyard dog”, con otras menos inspiradas como “Mirror maps” o “24 karat soul”, recordando por enésima vez los reparos hacia Bright blue dream. Por fortuna, la candidez de prácticamente todos los temas de The glowing city hace la experiencia sostenible y hasta disfrutable, lo que es harto para un disco tan extenso.

Lo último, me permite concluir que {{{Sunset}}} no está tan lejos de alcanzar la majestuosidad que en varios temas de ambos discos se vislumbra. Baird necesita ayuda para salir de esa zona de confort en donde compone y así obtener esa preciosista y arriesgada obra maestra que está buscando, porque da la impresión tras escuchar Bright blue dream y The glowing city que él no podrá hacerlo solo. ¿Estará disponible Dave Fridmann para socorrerlo?