Aparecido en 1988.

Debe ser por la cara de los ejecutivos de la discográfica. Algo más prosaico que el puro riesgo artístico es lo que debe estimular a hacer ese disco que nadie del sello espera. Aunque, para ser más exactos, algo extraño ha anticipado los meses en el estudio sin un avance que mostrar, y las entrevistas donde se habla de cambios en el estilo y una “perspectiva más personal”. Pero esos señores de terno y corbata que venden discos como podrían dedicarse a los zapatos o a las latas de atún, esperan que el artista recapacite, ya que la inversión, y el marketing, y sus familias (más las del señor encorbatado que la del músico, por supuesto), y el mercado discográfico ya no es como antes, sabes. Pero el artista se empeña y… ¿quedan puestos de trabajo en otro rubro a estas alturas del año?.

Casos hay tantos como despidos de sellos y planes B en discográficas independientes. El que nos convoca hoy tiene como protagonista a Mark Hollis, un músico inquieto, coyunturalmente ligado al synth pop de principios de los 80’s. Con un par de compañeros de excepción como Lee Harris en batería y Paul Webb en el bajo, y un productor todo terreno como Tim Friese-Greene, Talk Talk, que así se llamó la banda de nuestro incomprensivo músico, facturó tres discos de éxito entre 1982 y 1986, junto a un single absolutamente incombustible llamado ‘It’s my life’. Pero cuando estaba por cruzar la línea que separaba a XTC de Spandau Ballet, Hollis y amigos decidieron dar un golpe de timón. Uno que se llamó Spirit of eden y que sacó corbatas y arruinó planes de vacaciones. Pensadas a costa del nuevo ‘It’s my life’, por supuesto.

Signos ya existían, en todo caso. Luego del bombazo comercial del single ya referido (que, digamos, ha podido resistir incólume 20 años de emisión radial constante e incluso un insulto en forma de cover por parte de Gwen Stefani), The colour of the spring (EMI, 1986), el disco siguiente, insistía en los tiempos lentos y los temas más reflexivos. La pauta que ya insinuaban los seis minutos de ‘Renee’, al final de It’s my life (EMI, 1984), era desarrollada de manera más amplia en tracks como ‘Time It’s time’ del álbum posterior. Por suerte aún existían singles como ‘Give it up’ o ‘Life’s what you make it’, que podían mantener el interés masivo. La reclusión del grupo en una vieja iglesia a fines de 1987 y cierto malestar público respecto de hacer giras algo anunciaban, pero… usted sabe como son estos rockeros. Siempre con la excusa artística por delante.

La historia es conocida dentro del rubro “músicos creando en situaciones extrañas”. En una iglesia abandonada, grabando durante más de un año y abandonando la tecnología digital de manera casi completa (sólo en la edición final para lograr un disco de 40 minutos y no de 40 horas), Talk Talk se dio el lujo de entregar un trabajo de seis canciones, que remitía más a la música clásica moderna y al krautrock que a las especies pop de la época. Creando un atmósfera en la cual los silencios sirven como determinantes anímicos y en que se privilegia el sonido acústico por sobre lo eléctrico, la música como pieza de autoayuda (por aquella época Hollis abandonaba la heroína) cobra sentido en un registro que busca “sanar” al oyente. Largas sesiones de improvisación, letras de alineación (I don’t like to read the news/do you know anything i’m going through) y los primeros indicios de lo que luego se conocería como post-rock son las piezas que conforman Spirit of Eden.

El inicio con ‘The rainbow’ da la pauta de lo que sigue a continuación. A saber, dos minutos de clima ambiental para que luego aparezca una cierta referencia blusera (guitarras fuertes, una armónica que rompe el equilibrio) la que, por último, se disuelve en un mantra de piano e instrumentos de cuerda. ¿Mucho para una sola canción?. No tanto, si consideramos que es la primera parte de una suite de redención que completan la dulce ‘Eden’ (Everybody needs someone /everybody needs someone to live by) y la catarsis de ‘Desire’ (Only of the night/my relief in its falling/ Breathe on me eclipse my mind). Y esos señores de cuello de corbata en busca de un single…

Que por lo demás tuvieron. Se llamó ‘I believe in you’, una versión más corta que la del disco y que al no ser autorizado por la banda generó el despido inmediato del sello. Habría algunos capítulos más: el seminal Laughing stock (Polydor, 1991) y ese epílogo sin confirmación que es Mark Hollis (Polydor, 1998), el primer, y hasta ahora único, disco solista del compositor de la banda. El bajista Paul Webb retomaría algunas ideas en el logrado Beth Gibbons and Rustin Man (Go Beat, 2002), hecho a medias con la vocalista de Portishead y una camada de grupos a mediados de los 90’s como Bark Psychosis, Piano Magic o Disco Inferno, prenderían todas las velitas del mundo frente a las dos últimas placas de Talk Talk. Para homenajear a unos tipos corajudos. Y, por qué no, intentar (nuevamente) quemar la industria musical.