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The Aluminum Group se resume en una palabra: sofisticación. Con su cruza de jazz, orquestaciones pop y muchos sintetizadores, la banda de los hermanos Navin parece un compendio metrosexual de clase y elegancia. Cool en su actitud, perfectos en sus arreglos, durante esta década se han mantenido en la escena de Chicago como una banda hipster. Pero su aura estilosa no tiene nada que ver con la histeria de la últimas tendencias: esto es más bien un chic atemporal que tiene sus inicios en una banda hardcore y que se consolidó en la apoteosis del post rock. Por eso, no es nada de raro que para este Little happyness aparezcan como productores John McEntire de Tortoise y Fabio Zambernar, diseñador jefe de Prada.

Como cierre de la trilogía que se inició con Happyness (Wishing Tree, 2002) y siguió con Morehappyness (Wishing Tree, 2003), este álbum continua con la serie de canciones perfectas y contenidas en su estructura de pop frío. Con un cálculo admirable, los Navin han ido progresando en el control de sus arreglos y el manejo de sus recursos, sacando lo mejor de la batería de McEntire o la expresión de sus cantantes invitadas. Concentrando el poder expresivo en sus teclados y las voces profundas y sexies de los Navin, el disco incluye esos potenciales sencillos de radio (“Headphones??? o “The world doesn’t spin on us???) que ya se había vuelto algo característico de los otros Happyness.

Pero quizá porque es la tercera parte de un concepto que no daría para una cuarta, se empiezan a notar ciertos desgastes. Las letras, que aparecían intrigantes en la primera entrega, ahora suenan algo tontas (como en “Post it??? “Encuentra ese post it en tu bolso /Es lo tarea más importante/ Es como subir el Everest/ Es como la búsqueda de Buda/ Nada menos???) o incapaces de causar piel de gallina con sus historias de angustia trasnochada (compárese la insuperable “Two lights??? del primer Happyness con la muy parecida “Beautiful eyes??? de este disco). Lo que parece algo negligente teniendo en cuenta la asombrosa habilidad de los Navin para componer la música tan eficientemente.

Y puede que sea por eso mismo, por poner tanta atención en los detalles de los arreglos, sumado a la cuasi producción científica de McEntire, es que Little Happyness se siente un poco reprimido. Como si tanta perfección le hubiera quitado el aire y lo hubiera sellado al vacío. Lo anterior no quiere decir que sea un disco malo: todo lo contrario, porque al dar término a la trilogía Happyness libera a la banda de tener que superar cada entrega de la serie y los deja listos para recuperar la soltura. Con elegancia, por supuesto