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Las urbes europeas han sido sede de brutales contrastes, que parten de lo económico y concluyen en la segregación cultural. Londres es un caso en que la influencia africana y asiática de inmigrantes en busca de mejor porvenir provoca que barrios sean escondidos y estigmatizados por su autoridad, lo que es imposible, porque los mismos ingleses han absorbido la rica variedad de conocimiento e inspiración desde esas áreas. The Clash, Public Image Ltd o The Pop Group fueron ejemplos de cómo bandas de esencia británica lograban abordar lo que brotaba allí. Y en el futuro, ¿cómo se visualiza este fenómeno? ¿Londres será capaz de destapar y no poner un bozal a su lado multicultural de aquí a, digamos, 2012? Respuesta abierta. Por ahora, esta historia de transfusión sonora tiene en el último disco de The Bug un nuevo y asombroso episodio.

London Zoo debe ser el trabajo que mejor aborda tal cruce de influencias desde Rafi’s revenge de Asian Dub Foundation, y lo reafirma como uno de los referentes más claros del dubstep, junto a Roots Manuva y Burial. De cierta forma, el tercer disco de The Bug parece un cruce de ambos con una pizca de Jamaica.

La mirada que propone The Bug es caótica, llena de polución y cierta ansiedad por revelarse ante el mundo, incluso en los momentos más cadenciosos y delicados, como en “You and me”. La paranoia es el común denominador de London Zoo; es claustrofobia pura en un avance que pasa por la adrenalina del ragga (“Angry”, con distancia la más accesible del álbum), momentos de dancehall en su concepción más cruda (“Poison dart”) y llega hasta el minimal dub (“Freak freak”, el único corte netamente instrumental y que nos remite a los años de Basic Channel).

Es necesario recordar que el hombre tras The Bug es Kevin Martin, quien durante cerca de diez años creó un cruce entre la música industrial y la música negra (hip-hop, reggae) con los seminales Techno Animal. Él, junto a Justin Broadrick (cuyo curriculum incluye un breve paso por Napalm Death, encabezar Godflesh en los ‘90 y hoy ser el cerebro tras Jesu), dieron con un sonido denso y lleno de exploraciones en estudio, extremando cierto espesor en una vertiente más electrónica y enriquecida por la vibra obsesiva del dub, en comparación a lo que desarrollara The Bomb Squad, el equipo de producción tras Public Enemy, quienes son el confesado modelo a seguir de las producciones de Martin. Esos moldes de sonido tienen presencia en la producción de Martin en London Zoo, por lo que la línea lógica que une la rudeza de Techno Animal tiene una arista influenciada aquí, explícita en rasgos constantes del disco: los bajos suenan realmente graves y el ambiente alrededor muy comprimido.

Otro punto positivo del disco es la frescura con la que revisa el dancehall. Pocos artistas han sido capaces de dar con la fórmula de construir discos que aborden con inteligencia, discurso y riesgo la onda reiterativa sin cansar o sonar cansinos. “Poison dart” y “Jah war”, geniales temas que vienen rotando en programas radiales como el de Mary Anne Hobbs y podcasts de grime y dubstep hace más de un año, son muestras de la búsqueda por un estilo contemporáneo y frontal, que hace guiños a cierta rabia y frustración por las injusticias hacia las minorías. Esta revisión a veces llega a incomodar por la frecuencia aletargada y repetitiva, unido a la mencionada seguidilla de capas de ambient dub y bajos que van yuxtaponiéndose en cada tema, lo que anuncia que The Bug ha conseguido con éxito provocar. No es extraño que las primeras escuchas sean un reto a la paciencia y los prejuicios, una constante interrogante sobre para dónde va el disco. Sólo con el tiempo tendrán sentido, al descubrir el fruto de esquivar las simplificaciones y caricaturas que podríamos tener tras ser bombardeados por el reggaeton, también presentes en el dancehall angloparlante.

Como ya se dijo, no es un disco fácil. London Zoo no sólo porta una carga artística potente como condensador de un estilo, mejorando la marca de Martin con The Bug, sino que expande y nos muestra una cara incómoda y segregada de la música urbana británica al reunir una cantidad impresionante de nombres alojados en el underground del dubstep para brillar con sus bases. London Zoo, como lo fueron Tapping the conversation (1997) y especialmente Pressure (2003), vienen a poner un punto de fuga a ciertas características que de repente pecan de clichés en la música urbana británica, relacionadas con la fluidez de sus elepés y lo deslavado de las bases de muchas canciones arropadas en el dubstep.

The Bug ha logrado, incluso en desmedro de sus trabajos anteriores, dar con un sonido complejo y estimulante, que lo separa de sus pares por amarrar diversas esquinas de mundo y darle identidad, un efecto parecido a lo que obtuvo M.I.A. en su debut hace tres años. Esa es la principal razón por qué con este disco, y a la espera de los lanzamientos de Roots Manuva, Dusk + Blackdown y Burial -todos anunciados para lo que queda de año-, las calles de Londres toman impulso y se energizan, documentando su buena salud y eclecticismo. Estamos frente a un circuito que se mueve entre bruma y sombras, creando algunos de los momentos más memorables de la temporada. Hay que estar atento a ellos.