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Onda polar, nubes de smog en los cielos de Santiago tal como en Los Angeles de Blade Runner. Las luces del metro se reflejan en los carriles llenos de agua sucia y la gente que se amontona miserable en los andenes. Silencio. Hasta que, abriendo el tercer disco de The Clientele, Alasdair MacLean empieza a cantar con su voz de siesta “My heart is playing like a violin/Someday and she’ll call again/Where can I go?/Somewhere the wind will blow me/back into the conversations/promises and situations/Yeah/it’s all castles in the air??? y el escenario cambia abruptamente a una imaginario bosque inglés en primavera.

The Clientele continúa haciendo ese pop brumoso que toma tanto de The Zombies como de Nick Drake con una dulzura nada flemática, y que les dio tan buenos resultados en sus dos excelentes primeros discos. Vuelven el 2007 convertidos una banda de nicho tal como The High Llamas o American Analog Set, quienes han sabido desarrollar un sonido distintivo que se escucha con la seguridad de un efecto probado. Con cambios en su formato -se agrega Mel Draisey en violín y coros susurrados- y en su entorno -esta vez se fueron a grabar a Nashville con Mark Nevers de Lambchop- pero sonando básicamente como esperamos que suenen: reconfortantemente extraviados.

Los cambios están en el enfoque, porque a diferencia de The Violet Hour (Merge, 2003) o Strange Geometry (Merge, 2005), God Save The Clientele es más depurado en sus efectos y tanto la voz de Roberts como los arreglos se escuchan despejados. Y si The Clientele supo desde un principio componer grandes sencillos (‘Joseph Cornell’, ‘We Could Walk Together’), este nuevo ejercicio los trae renovados en una composición primaveral y suelta. Así God Save The Clientele es una seguidilla imparable de canciones pop impecables, con armonías sutiles y ese reverb que hace que The Clientele la banda sonora ideal para despertarse los fines de semana. Porque ni siquiera necesitan cantar sino que sólo musitar palabras inentendibles para armar un sencillo con una simple línea de piano, como lo hacen en ‘The Dance of the Hours’.

Detalles hay muchos: violines que secundan coros (‘Here comes the Phantom’), riffs sesenteros con referencias literarias (en la notable ‘Bookshop Casanova’) y una canción rockera en un ambiente mod para sorprender a los incrédulos (‘The Garden at Night’). Canciones que arman un disco donde se intercalan declaraciones de amor, tardes de verano y soledad, como una postal nostálgica de un lugar donde sería tanto mejor estar. Para escuchar cuando baje la temperatura.