Aparecido en 1980.

Cuando en mayo de 2005, The White Stripes tocaron en un abarrotado y hormonal Estadio Víctor Jara, Jack White se dirigía cada dos canciones a un pequeño altar que estaba en un costado. Concordante con el imaginario religioso-blusero que inundaba el escenario y el repertorio, el guitarrista no sólo daba descanso a sus sudadas manos en aquellos momentos, sino que parecía dirigir algunas plegarias desde ese rincón. Entre las estampitas santificadas de Robert Johnson e Iggy Pop que deben haber adornado el sitio, tiene que haber estado otra un poco más ajada y de menor calidad en su reproducción. Porqué no una Polaroid, de esas que volvían amarillos a sus protagonistas con el paso del tiempo. Con la sonrisa desgastada que da una vida de carretera y primigenio rock (¿no se la han visto a Neil Michael Hagerty, por ejemplo?), el señor Lux Interior debiese haber adornado el rincón de las plegarias de Jack White. Y el de Jon Spencer. Y el de los Soledad Brothers. Nuestra especie es producto de una evolución, y Lux Interior (para más señas líder de The Cramps) es el mono.

Siendo sinceros, el verdadero primate es Jerry Lee Lewis, que prendía fuego a sus pianos y se casaba con primas de 14 años, cuando Elvis iba sumiso a Alemania por cortesía del ejército estadounidense. Pero la deuda de esos grupos a base de guitarra y ausencia de bajo, está a nombre de The Cramps, padres de una criatura extraña llamada psychobilly. Ellos, enfundados en cuero negro y contando historias sobre bondage, monstruos en escondidas lagunas e imaginería clase B (sí, suena a Misfits, pero no temer) desarmaban aún más el extraño panorama del rock de principios de los ochentas. En esa absoluta amalgama de estilos llamada post-punk (donde cabían desde Siouxsie and the Banshees hasta The Pop Group), Lux Interior y su eterna enamorada Poison Ivy hacían rock del antiguo, sin sentido ni moderación. No eran graciosos como los Stray Cats, ni estereotipos como Eddie and the Hot Rods. Lo de The Cramps siempre fue una broma macabra a base de experiencias límites y coqueteos con la muerte. “That joke, it wasn’t ever funny”, hubiese cantado un poco asustado Morrissey.

Un buen punto de partida es fijarse en alguna imagen de su DVD Live at Napa State Mental Hospital, registro de su actuación en un psiquiátrico en 1978, para entender que bien podrían haberse quedado una temporada puertas adentro. Otra muestra la pueden encontrar en la programación de Cinemax, donde se exhibe Urgh! A music war, película-panorámica de la escena post-punk de principios de los 80s, en la que se dan cita desde The Police hasta Pere Ubu, pasando por Devo y Magazine. Entre toda la incorrección de forma y fondo que presenta el documental, el striptease del muy perturbado Lux Interior da una pequeña idea de la agresividad escénica de la banda.

Centrándonos en esas canciones allá por 1980, la producción de un semi intoxicado Alex Chilton (líder de Big Star), no tiene problemas en dejar que el caos fluya desde el inicio con ‘TV set’ . Las intenciones expresadas en Gravest hits (Illegal, 1979), el EP que anticipó este disco, son reforzadas en Songs the lord taught to us. Se podría pensar que las revoluciones son aligeradas en ‘Garbage man’, canción con cierta intención de single, pero basta escuchar la guitarra como sierra metálica de Bryan Gregory para comprender que el camino emprendido en aquella época por The Cramps no visualizaba un sendero directo al éxito. Sí, puedes saltar con ‘The mad daddy’, ‘Strychinine’ (cover de los pioneros The Sonics) o ‘Sunglasses after dark’, pero ‘Teenage werewolf’ (con el mayor de los respetos, Jon Spencer Blues Explosion saquearon esta canción varias veces) o ‘I’m cramped’ muestran que la experimentación y el peligro dentro de los siempre marcados parámetros del rock de viejo cuño aún era posible. Escuchar la apropiación cavernosa del clásico ‘Fever’ es otra muestra de ello.

El gran error con The Cramps no es que hayan sacado el mismo disco 8 veces ni que hayan perdido buena parte de la chispa de sus inicios; sino que jamás se han separado como para generar la “necesidad??? de su vuelta. Incluso los mismísimos Lux Interior y Poison Ivy mantienen una de las parejas más estables del mundo rock, transformándose en una suerte de Víctor Manuel y Ana Belén del psychobilly. Aparte de una pequeña interrupción entre fines de los 90s e inicios del nuevo siglo, estos paladines del rock anfetamínico y sin conciencia social han permanecido fieles a su dispersa, pero fiel legión de fanáticos. Si su última referencia Fiends of dope island (Vengeance, 2003) es tan disfrutable como cualquier disco anterior, es por la adhesión a las mismas coordenadas que su LP debut de 1980. Si no, pregúntense en qué estará Jack White en 20 años más.