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Misteriosos son los caminos del indie. La banda más anacrónicamente sobreleída e impresionantemente perna de esta década se ha ido a un sello grande. Militantes extremistas de lo decimonónico, The Decemberists parecían estar cómodos en su mundo borderline de delirios amorosos en bombachos. Pero Capitol les puso un buen estudio, les ofreció un presupuesto generoso y a Chris Walla de productor. Y, oh ironía, su quinto disco The Crane Wife es lejos el más sólido a la fecha.

The Decemberists podrían haber hecho lo que les hubiera dado la gana. Picaresque (Kill Rock Stars, 2005), su anterior trabajo, los había alejado de la placidez de Her Majesty (Kill Rock Stars, 2003), poniéndolos en un escenario sobreadornado de cuerdas y arreglos, tan bombástico como los Belle and Sebastian de Trevor Horn. Después de eso, bien podrían haberse encerrado en una mansión algodonera de Carolina de Sur a componer melodías barrocas, sacar un disco triple inentendible y salir disparados de vuelta a Kill Rock Stars. Para el alivio de muchos, primó la sensatez entre tanta bonanza de sello grande y la banda de Collin Melloy decidió que era mejor darse más tiempo en el estudio, espaciar los arreglos y trabajar seguros de su capacidad como músicos. Resultado: su primer disco pop-folk-progresivo. Sonando duros y decididos, en esta banda de coros mortales esta vez no van a haber concesiones. Van a tocar de la mejor manera posible, van a sonar setenteramente rockeros, van a cantar sobre grullas que se transforman en mujeres y niños en asesinos porque pueden y quieren hacerlo. Con una guitarras a lo Jethro Tull y arreglos espaciales previos al Atari (como en los bailables de Can), The Crane Wife es un desarrollo gradual de las posibilidades que da el haberse dado cuenta que son una banda que puede tocar lo que quiera. Por ejemplo, ‘The Island…’ es una progresión ininterrumpida que parte con riffs hard rock, seguida de uno de esos coros que tan bien sabe cantar Melloy, esos de tonos menores gritados que dicen “we will not go home again”, hasta que parten unos teclados galácticos y ahora estamos en una gesta trágica que avanza a saltos enormes, para terminar en el murmullo somnoliento de Melloy cantando muy triste “go to sleep now, little ugly/ go to sleep now, you little fool”. Todo en doce minutos y medio que parecen tres. Porque salvo en el EP The Tain (Acuarela, 2004), The Decemberists siempre han tenido esa misteriosa habilidad para ajustar sus canciones a un formato, sin una repetición extra, sin un alargue de más.

Elegantes ahora que están libres de tanto clavicordio, tanta trompeta, lo más preciosista esta vez son los juegos chico/chica como en ‘Yanke bayonet’ o ‘Sons and daughters’. Mesurados en su alcance, qué clara se escuchan las progresiones en el ritmo. Felices en la destrucción, los amantes que se escapan en ‘O Valencia’, un bajo sexy da el pulso a la proto-historia del robo del siglo en ‘The Perfect crime’ y siniestros suenan los riffs mezclados con distorsiones retorcidas en “Till the war came.” Generalmente dosificados, esta vez The Decemberists se dejó ir, entregados en el espacio necesario para que sus personajes miserables se desarrollen a sus anchas en un mundo que huele a “slumber and disaster???. Once minutos dura ‘The Crane Wife 1 y 2’, pero qué son once minutos cuando el disco se empieza a cerrar en un acto en tres partes, con xilófonos, rasgueos calmos y el misterio de la mujer grulla que llega una mañana y vuela descubierta en su secreto para nunca más volver.

Después de cinco discos y cuatro años de carrera, The Decemebrists ya no son unos aparecidos. The Crane Wife los ha puesto en el lugar de una banda importante de la que seguro seguirán viniendo grandes cosas. Porque tan inexorable como se escucha el disco, The Decemberists se están consolidando al tocar con una seguridad asombrosa lo que en otras bandas es ejecutado como la búsqueda enclenque de “sonar como”. Melloy y su banda de guerra están sonando como ellos mismos.