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Todavía existe, escondido en mentes quizás un tanto extravagantes, el residuo de una teoría insostenible y de una lógica superficial. Esta teoría diría que, si se mezclan elementos que individualmente son ¨buenos¨ el resultado también lo será. Esto, claro está, no considera la separación del todo con sus partes ni tampoco la independencia que logra el resultado de la mezcla respecto de los elementos mezclados.

Todo el rodeo anterior, aterrizado a un disco, puede tener consecuencias no del todo buenas, como lo que ocurre con The Go Find. Esta banda belga conjugó en Stars On The Wall , su segundo disco -el primero es Miami (Morr Music, 2004)-, una serie de elementos estético-instrumentales muy reconocibles que, tomados en su conjunto, logran una identidad peculiar. El problema es que la peculiaridad no es lo mismo que la exclusividad, pues el álbum a ratos suena a formula. Entonces la peculiaridad lograda es totalmente compartida porque al dejar correr el disco uno se va topando con una cadencia repetitiva y frágil, que en gran parte se debe a la voz de Dieter Sermeus -lider de este proyecto personal hoy transformado en cuarteto- y a las melodías usadas, de las cuales bien se podría decir que son “abusadas”, porque esa textura pop que recorre la totalidad del disco está configurada a punta de repeticiones en sus líneas de bajo, los ritmos de la batería, las estructuras de las canciones (sus coros y estribillos), etc. La lista puede ser larga.

Si bien los instrumentos están ejecutados de forma prolija y suenan como deben sonar gracias a una mezcla de estudio notable (solo basta escuchar la nitidez de las guitarras o los bajos), se cubren de un manto melancólico, que por sí solo es bellísimo, pero que no logran emocionar debido a que está ahí en función de la voz, casi constante, de Sermeus. Es en este punto donde uno se hace la pregunta por el todo y las partes ya que si bien la mera ejecución instrumental es conmovedora, el todo, con la voz incluida, muchas veces se hace torpe y forzada, apelando a una nostalgia en un formato un tanto cursi y, para peor, que ya es familiar haciéndonos recordar a una versión melosa de The Postal Service.

El problema de formato se hace ver y torna el disco aburrido por ratos, gastando un molde que, por muy bien ejecutado que esté sigue, teniendo ese tinte de algo prestado e impropio. No es necesario por ahora evocar a un “Coldplay en formato indie???, pero si no fuera por lo que hay detrás en cuanto a la instrumentalidad, quizás se caería en esa poco afortunada calificación para la banda.

Aun así, hay momentos buenos como en ‘Dictionary’ track que funciona como single con percusiones dignas de elogio. Otro aspecto a rescatar son algunas melodías que conmueven tomándolas en tracks separados (porque la repetición de éstas es una de las bajas), que forman capas sonoras superpuestas, a ratos complejas, muy bellas. Hay pulcritud técnica en ‘Adrenaline’ o ‘New Year’ porque a medida que la canción avanza se van sumando sonidos que llegan a conformar una textura épica que obliga al auditor a prestar atención y, lo mejor de todo, sin una gota de suciedad sonora ni confusión de instrumentos apilados. Sin duda una fineza lograda en el registro y un talento (hay que decirlo) por parte de la banda que logró entrelazar suaves sintetizadores y exquisitos sonidos de cuerdas de manera limpia.

Un disco prescindible pero no por ello deplorable. Si está a la mano puede valer la pena darle una oportunidad sin demasiadas pretensiones.