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The High Llamas es básicamente el proyecto de Sean O’Hagan. Y O’Hagan -irlandés- parece pertenecer a una cofradía británica atemporalmente pastoril, con esos músicos que se escapan a la campiña y tienen sensibilidad silvestre-alucinógena de grandes espacios abiertos, tal como los ingleses Nick Drake o The Clientele. Por eso no es ninguna sorpresa que en este, su octavo disco, The High Llamas salude en un gesto encantador a los ríos y las montañas entre panderetas.

Su penúltimo disco, Beet Maize & Corn (Drag City, 2003), había alejado a The High Llamas de la homogeneidad de sus trabajos anteriores y borrado casi todo rastro de sintetizadores y lounge music. Resultado: calidez a punta de guitarras, violines y armonías vocales -con la ayuda de la fallecida Mary Hansen de Stereolab, entre otros personajes-. Cuatro años después, Can Cladderssigue esa orientación con variaciones. Apacible, aquí el ritmo es mínimo con baterías sin platillos ni bombos, cuerdas omnipresentes y guitarreos de cámara. Entre banjos, teclados que se comen las baterías y xilófonos de swinging London, el disco nunca llega a un climax y ninguna canción resalta por su potencia. El máximo golpe de efecto son los coros femeninos de ‘Winter’s day’ que llegan a extremos soul. Parejo y relajante, este álbum es un bloque de sonido que va desarrollándose en actos quitados de bulla. Por eso no es casualidad que O’Hagan haya sido eternamente comparado con Brian Wilson y él le rinda tributo a Burt Bacharach. Como toda obra elaborada por un maestro del pop, Can Cladders rebosa premeditación y alevosía, con la elegancia de no pasarnos el peso de la composición a quienes escuchamos, pero con la prolijidad evidente de un trabajo que tomó años armar. Ligero, durante todo el transcurso de lo nuevo de The High Llamas éste irradia una despreocupación que invita a ponerse una túnica que flote y correr por el pasto mojado con un fondo de colores.

O al menos eso piensa una cuando escucha tanta hermosura sesentera mientras hace el aseo y mira por la ventana esta ciudad inmunda. Fantaseando -plumero en mano- con esos parajes donde The Clientele va drogarse y que The High Llamas parece tributar con tanta gracia. Un disco para volver cualquier actividad rutinaria y detestable en un agrado.