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En este contexto de modificaciones constantes e incertezas cotidianas, un disco de The Hives puede ser la mejor inversión a realizar. Pasarán los años, se inventarán nuevas maquinitas, nuevos estilos, y The Hives se mantendrán incólumes en su amor por el sonido garage y la herencia de The Stooges. Como un bálsamo de tranquilidad a base de repetidos “yeah!???, “all right!??? y “come on!???, estos suecos no sólo han mantenido el interés por un género inagotable en su simplicidad, sino que ellos mismos se han transformado en un referente del rock más primigenio y efectivo. Para inversores con pocas ganas de especular, las acciones de The Hives siempre son buena opción.

Reunidos a principios de los 90s en Fargesta, Suecia; este quinteto de impecables trajes negros y blancos, sólo saldría a la luz pública a finales de esa década, cuando fueron incluidos en la nueva camada de bandas que volvían la vista al sonido más vintage. Junto a un largo etcétera de bandas “The??? arropadas en chaquetas de cuero y apoyadas en sus amplificadores Marshall (The Strokes, The White Stripes, The Hellacopters y muchas, pero muchas más), The Hives lograron el reconocimiento internacional a base de simpleza y efectividad. O alguien podría resistirse a canciones de dos minutos y medio, con riffs inagotables, letras de desencanto adolescente y un vocalista que grita como para despertar a su vecino. Por favor, guardar esa expresión desconfiada y acordarse de la primera vez que escucharon ‘Hate I told you so’ o ‘Main offender’.

Frente a la coartada fashion y neoyorquina de The Strokes o la reivindicación del blues de The White Stripes, The Hives siempre parecieron una banda de menor de interés y con bajas expectativas de vida. Sus videoclips (mezcla de elaborada estética artística y actuaciones dignas de sketchs de colegio), su poca fecundidad discográfica (se demoran un plazo promedio de 3 años en hacer discos de 35 minutos) y su look de hijo de vecino, no colaboraron a darles la base de “credibilidad??? que sí tenían sus pares vintage. Podríamos pensar que los suecos no acusaron recibo en Tyranossaurus Hives (Interscope, 2004), sucesor del muy exitoso Veni Vidi Vicious (Epitaph, 2000), pero que un cierto cambio de foco precede a The Black And White Album.

Claro que modificaciones a la The Hives, por supuesto. Porque el comienzo a pura energía del single ‘tick tick boom’ y los siguientes cortes ‘Try it again’ y ‘You got it all…wrong’ parecen exitosas fotocopias de sus trabajos anteriores. Avanzado el disco los intentos Kinks (esa mezcla de pop y vodevil que tan bien se le daba a Ray Davies y que Green Day usurpa por estos días) de ‘Well all right!’y ‘You dress up for Armageddon’ avisan de ciertas manchas en las impecables camisas blancas. Pero son el interludio lounge de ‘A stroll through hive manor corridors’ y el suave funk de ‘T.H.E.H.I.V.E.S’ (producido por el célebre Pharrel Williams de The Neptunes); las que confirman nuevas direcciones en el trabajo de los suecos. Nada para alarmarse cuando después de estas “salidas de madre??? retornan al esquema habitual con ‘Return the favour’ o ‘Square one here I come’, promediando el final del disco.

Es imposible no pensar, salvando TODAS las distancias en AC/DC cuando nos enfrentamos a una nueva entrega de The Hives. Demorándose todo el tiempo del mundo, desarrollando variaciones mínimas en un patrón determinado (y determinista) y teniendo una imagen y sonido a prueba de patrones sísmicos; ambas bandas entregan un resultado exitoso e incontestable. La diferencia es que The Hives, sin traicionar su ADN apuestan más fichas en The Black and white album de lo que jamás harían los australianos. El problema es que los experimentos que dan vida a un tercio del nuevo disco de los suecos acaban palideciendo frente a sus ejercicios de estilo ya conocidos. Entonces, ya cerrando el año bancario, ¿cuál me dijiste que era la rentabilidad del fondo The Hives?