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Aparecido en 1990

La historia que les vamos a contar es mentira. O sea, es una verdad de fondo rodeada de mitos, confusiones e hipérboles varias. Lo que sucedió con Lee Mavers y su caída vertiginosa resulta un material demasiado tentador como para encuadrarlo en la siempre aburrida realidad. Mejor es pensarla como la eterna historia de un hombre tras la belleza, en un viaje que costó demasiado caro: mi reino (mental) por la canción perfecta.

Digamos que en un extremo está The Fall y en otro está The La’s. Para ser iniciado en los primeros, es necesario desembolsar una suma privativa de dinero, mientras que para los segundos, sólo el coste de un disco. Hay un par de recopilaciones sobre los primeros años de la banda llamadas Break loose (Viper, 2000) y Callin’ all (Viper, 2001), pero que aportan poco a la discografía de la banda. Más bien la discontinua historia de The La’s (ello porque han intentado volver más de una vez), empieza con ‘Son of a gun’ y termina con ‘Looking glass’, en un ejercicio de folk melódico de apenas 40 minutos. Entre medio algunas gemas como ‘Timeless melody’ o ‘Failure’ y, sobre todo LA canción pop de los últimos 15 años. Como decía el escritor argentino Rodrigo Fresán en un artículo de Página 12 de hace algunos años, una maravilla que es casi sólo estribillo: ‘There she goes’. Tres minutos en los que caben todo lo de The Beatles, que no sea la última etapa de experimentación, y todo lo que hay que conocer sobre The Byrds. ¿Exageración del cronista, acaso? Bueno, ¿no quedamos en que esta reseña trataba de eso?

Tan perfecta resultó ser ‘There she goes’ (que tuvo una edición previa como single en 1988, que pasó sin pena ni gloria), que la mitología tras The La’s cuenta que el mentalmente ausente Lee Mavers la grabó una y otra vez hasta que el sello literalmente robó las cintas y editó el único disco del grupo. Nada extraño en una persona que se retiró de la música el día que, en pleno concierto, creyó ver un micrófono escondido, supuestamente registrando un disco en vivo que él no había autorizado. Las racionales explicaciones del dueño del teatro y de sus compañeros de grupo, no bastaron al cada vez más paranoico Mavers, que se retiraría por años a grabar nuevas canciones, hasta el día de hoy inéditas.

¿Y esta es sólo la historia de un tipo con poco control de sus emociones y la mejor canción posible sobre la heroína? Quizás sí. La corta historia de The La’s tiene a Mavers como principal protagonista con el fiel acompañamiento de John Power en el bajo, más una larga sucesión de guitarras y baterías reemplazados constantemente. La alineación de su único disco encontraban al vocalista paranoico y su escudero, con Cammy en las guitarras y el hermano de Lee, Neil Mavers en batería, junto a la producción siempre cristalina de Steve Lillywhite (U2, Morrissey). Ese conjunto daba el fondo necesario a un disco demasiado pulido para justificar los alegatos de su autor, quien pasaba por alto la cuidada simplicidad y fluidez de un producto altamente ensayado.

En 2005 cuando se juntaron los 2 protagonistas con algunos reemplazos y se habló nuevamente del esperado segundo disco del grupo, los fanáticos estaban advertidos. La extraña y frágil tranquilidad que goza el líder de la banda, difícilmente podría soportar la presión (autoimpuesta) de un nuevo álbum. Sobre todo si consideramos que para él, The La’s (el disco) es sólo el borrador usurpado de lo que realmente podía conseguir.

Hoy Lee Mavers vive la existencia de un cuarentón emocionalmente estable y con los gastos pagos, gracias a los royalties provenientes de una canción que se debiese escuchar, por lo menos, una vez por día. Aburrido final para una crónica sobre obsesiones y desequilibrios vitales. Mejor pensemos que el vocalista de The La’s abraza a sus hijos, pero tiene la mirada perdida en un punto más allá del horizonte. Porque, en verdad, está en la búsqueda de nuevos micrófonos que roben sus ideas y pensando en otro arreglo con el que ‘There she goes’ (bueno, también podría ser ‘Timeless melodies’, ‘Freedom song’ o ‘Failure’) por fin logre sonar como lo ha hecho todos los días durante 17 años en su cabeza. Pensemos que, sólo para efectos de esta reseña, la belleza puede enloquecer a quien la cree. No es nada para enorgullecerse, pero sí para cerrar bien una historia.