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El tercer disco de The Rosebuds es un buen ejemplo del pop de canciones redondas que pueden tararearse a la primera escucha. Con dos discos a su haber de exploraciones guitar popRosebuds Make Out (Merge, 2003) y Birds Make Good Neighbors (Merge, 2005)- Night of the Furies los trae reducidos al dúo conformado por el matrimonio de Ivan Howard y Nelly Crisp y entrando de lleno en los sintetizadores y bases programadas.

Buscando los golpes de efectos no siempre sutiles y con un alto grado de dramatismo en el sonido y en sus letras, Night of the Furies está programado para que cada canción sea una pasada por el pop más radial de los ochentas -Duran Duran o Pet Shop Boys- mezclada con una actitud de indie pop noventero. Abriendo el disco con ‘My punishment for fighting’ Howard se lamenta entre texturas oscuras, teclados robóticos y un tempo rápido sobre de la imposibilidad de amar de nuevo y la impotencia de no poder ser lo que la otra persona demanda, con un coro de “ahs??? elásticos que se diluyen acompañando la opaca sensación de haber perdido sin opción de reparación. Ese tono pesado y dramático de los teclados sumado al ritmo upbeat de la batería, le dan el espacio necesario para que los coros de The Rosebuds se abran sin topes. Una constante que se repite en casi todo el disco, aumentando en luminosidad en las guitarras como en ‘Cemetary lawns’ o hundiéndose en notables divagaciones invernales como en ‘Silence by the lakeside’.

Pero no todo el disco sigue esa línea, y ‘Get up and get out’ podría ser la canción perfecta para que un grupo de colegialas de Europa Oriental musicalizara su revista de gimnasia de fin de año y ‘Silja Line (On settling for a normal life)’ los trae acompañados de los suecos de Shout Out Louds en los coros, en una canción que parece el corolario de una sobredosis de cervezas entre compadrotes nostálgicos que reparten abrazos sentidos. Y es quizá ese sobre-esfuerzo en generar reacciones potentes y emocionales que hace que The Night of the Furies quede en el límite del trying too hard y de lograr un producto entretenido y evasivo. En las dos canciones que canta Nelly Crisp, ‘I better run’ y ‘When the lights went dim’, hay crípticas historias de muertes, herencias y persecuciones, donde la voz es impostada, los beats duros y los coros tienen una no tan convincente vocación de grandiosidad. Aunque innegablemente orejas, en ambas canciones queda la sensación de una pesadez innecesaria por querer abarcar demasiado elementos llamativos para lograr la canción perfecta. Y quizá concientes de que estaban tensando demasiado la composición, la banda libera la presión y cierra el disco con ‘Night of the furies’, un single liviano sin mayores afectaciones a punta de vocales difuminadas que se alargan en un campo de sintetizadores brumosos. Lo que confirma que cuando The Rosebuds deja de tratar de meter a sus canciones todo lo que han practicado con sus teclados y se dejan ir lánguidos entre los beats, pueden alcanzar momentos sobresalientes.