Ya decía yo que este es un año de regresos, y en algunos casos bien afortunados, como el de esta banda inglesa que vuelve después de once años. Luego de su disco más exitoso Urban hymns (1997), The Verve se encontró en una posición desacostumbrada para ellos, como émbolos del brit-pop de fines de los ‘90. Tal situación produjo desajustes entre sus partes que motivaron el despegue en solitario de su líder Richard Ashcroft, quien hacía su debut con Alone with everybody (2000). De ahí en más, dos discos como solista en que intentaba consolidar su carrera personal. Pero como generalmente pasa, el regreso a las fuentes originales se hace inevitable y la necesidad de recuperar los créditos que lo avalaron pesa en algún momento. Después de superar las diferencias con el guitarrista Nick McCabe, que terminaron por separar la banda en 1999, se vuelven a reunir en el estudio, se conversan unos cafés y todo comienza nuevamente a andar como antes.

Así llegamos a este cuarto disco que nos trae de vuelta, por momentos con regocijo, a unos Verve íntimos y entrañables, más cercanos a lo hecho en A northern soul (1995) que al último álbum editado. Mezclando elementos de sus bases psicodélicas con otras más pop, logran un estado de luminosidad reflejado en el carácter de improvisaciones que pareciesen tener algunos temas como si estuvieran ensayando con buen fiato. Ejemplo de aquello es la carismática y enérgica “Sit and wonder” con la que abren, candidata a single inmediato. Honor que se lleva lo que viene a continuación, “Love is Noise”, fresca canción que engancha de primeras más en la línea del hit de Aschcroft “Song for a lovers”; repetible sin llegar a agotar. “Rather be”,”I see houses” o “Appalachian Springs” podrían encajar perfectamente en Human conditions (2002), segundo trabajo del vocalista. Baladas urbanas que conjugan la tónica del álbum: un disco que parece ser un conjunto de canciones de Ashcroft tocadas por The Verve, más que las composiciones de la banda cantadas por él.

La cadencia y el sonido balsámico viene en “Judas” y en “Numbness” tienen esa estela narcótica que es marca de la casa. “Noise epic” es atípica, comienza con un fraseo a lo Massive Attack o Placebo y estribillos en plan Bobby Gillespie, que la hacen parecer un tanto desorientada, pero termina desenfrenada con un aceleramiento que le da uno de los puntos más rockeros y potentes al disco. “Valium skies” suena como canción de Oasis, pero con el adicional del planeo etéreo que logran los Verve. Otro posible single. Y es que tienen la facilidad de juntar en un mismo trabajo buenas canciones como piezas individuales, como se hacía otrora. El “trip-soul”, por llamarle de alguna forma, de “Columbo” les resulta cómodo y dejan entrever sus aptitudes interpretativas, incluyendo los falsetes y detallitos sonoros en la producción.

En resumen, The Verve ha conseguido un acertado trabajo, donde se nota que gozan de buena salud musical y donde cifran esperanzas alentadoras para el futuro, que reafirma su tremendo potencial y nombre dentro de la escena británica. Pueda ser que esta reaparición perdure por varios años más.