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No debe ser nada de fácil tener la misión de salvar el mundo. Si ya el hecho de tratar de conquistarlo ha provocado dolores de cabeza a Lex Luthor, Cerebro o Dick Cheney; imagínense tener que cargar con el peso de unas cuantas millones de vidas a expensas del mal. Claro que depende del enemigo de turno. Digamos, desde el ámbito musical que por cada Phil Collins, Maroon 5 o Maná que nos hace descubrir cómo el pentagrama mal utilizado puede ser un real instrumento de tortura, aparecen los Joe Pernice, Arcade Fire u Of Montreal que nos dicen que no todo está perdido. Y, claro, The White Stripes: el paradigma hecho carne. Lo suficientemente arty para ser respetados por la comunidad indie; sin dejar de ser todo lo rockero para que te quieran las huestes de guitarras aéreas. Y con un maldito buen oído para hacer melodías infalibles, con los recursos realmente mínimos. Digamos que salvar al mundo sólo con una guitarra y una batería, te acerca meritoriamente más a Mac Gyver que a Superman.

¿Qué hacen los superhéroes en plan vacacional? Bueno, toman otras identidades y hacen buenas acciones, pero a pequeña escala. Jack White se juntó con algunos amigos de Detroit, cuando justamente había abandonado la ciudad, para formar The Racounters, una banda-divertimento que tuvo como principal acierto poner en el ojo público al gran Brendan Benson. Pero las obligaciones llaman (sobre todo si ahora es un sello multinacional el que paga las cuentas) y el 2007 vuelve The White Stripes con una nueva placa para salvar el declive de la música popular: el esperadísimo Icky Thump. Un chiste interno a costa de su señora-modelo inglesa (algo así como una expresión de sorpresa en el slang británico) que, a ratos, puede resultar tan impenetrable como el juego idiomático. No es que sigan los experimentos con pianos beatles o marimbas cruzadas con guitarras noise de Get Behind Me Satan (V2, 2005), sino que el grueso del nuevo disco remite al minimalismo propio de viejos discos como The White Stripes (Sympathy for the record, 1999) o Da Stijl (Sympathy for the record, 2000). El pulso majadero de ‘Little cream soda’, ‘Bone Broke’ o el primer single (a falta de algo más radiable) ‘Icky Thump’ hablan a las claras de las intenciones del dúo.

Porque acá no hay nada parecido a ‘Blue orchid’, ‘Fell in love with a girl’ o, incluso ‘You’re a pret good looking (for a girl)’. Más bien lo que abundan son los pequeños homenajes bluseros y al rock primigenio que harían feliz a canallas de la clase de Screamin’ Jay Hawkins o Robert Johnson. Con el apoyo sencillo y en el límite de lo justo de su “hermana??? Meg en la batería, Jack White no tienen empacho alguno en reformular la historia del rock a sus ojos, como si en el nuevo testamento Chuck Berry reemplazase a Elvis, Muddy Waters tuviera los lujos de Tom Jones, e Iggy Pop fuera Ministro de Cultura. Se le podrán reprochar la falta de singles y cierta obstinación en los arreglos, pero nadie podrá acusar a Jack White de la venta de su alma. A los blancos, por lo menos.

Como siempre dentro de todo disco de White Stripes (quizás, exceptuando el más diverso Get Behind Me Satan), Jack White hace pruebas puntuales (nunca más de tres canciones) para futuras aperturas estilísticas. Las más notables, dentro de un disco que puede cansar a ratos por el empecinamiento estilístico, son ‘Conquest’, una joya de spaguetti-western con un muy buen uso de bronces (cómo diablos la tocará en vivo un grupo de 4 manos sin secuencias grabadas, es una buena pregunta a hacerse); la céltica ‘Prickly Thorn, but sweetly worn’ y su continuación maníaca ‘St.Andrews’; o el acústico final de ‘Effect and cause’. El resto del disco tiene la claridad y el espíritu compacto de una banda dispuesta a imponer su visión y sus gustos por sobre las expectativas ajenas. Y que el mundo se salve solo, por supuesto.