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Después de la desoladora introducción con un piano tan propio de ellos y la suma sutil de elementos, comienzan a sonar las primeras notas de “Yesterdays tomorrows”. Surge la voz inconfundible y encantadora de Stuart Stapples, esos viejos teclados, vientos, y cuando se entona el estribillo uno no puede sino esbozar una sonrisa de satisfacción por lo que se oye. ¡Gracias ! Y es que parece que los de Nottingham se han acercado a las viejas virtudes de sus comienzos.

La elegancia (que nunca la han perdido pero ahora parece que le han sacado brillo), la luminosidad que se impone sobre el tono opaco de las producciones anteriores –Simple pleasure (1999) y Can our love … (2001) – y la simpleza en parte de sus nuevas composiciones, hacen que este álbum traiga aire fresco a la carrera musical de esta grandisima banda. Ya en su muy buen disco anterior, Waiting for the moon (2003), comenzaron a mostrar una cara más aliviada y menos atormentada y ese nuevo camino, tal vez, se pavimenta con la actual entrega. Luego de cinco años, Tindersticks graba The hungry saw en un estudio en Francia con una formación en la que se mantiene la base del equipo -Staples, Boulter en teclados y Fraser en guitarras- y se suman Tin Belhom en baterìa y Dan Mckinna en bajo.

Las canciones están algo más desarropadas de arreglos pero ganan en llegada y profundidad, y por supuesto que el tono melancólico sigue presente porque es la marca de la casa. Pero es un tormento que prende y no apaga las emociones, un impulso de no resignación a la cruel realidad y que bravía a ratos y acaricia en otros. Y así van marcando, como el paso de un serrucho, una grieta en el corazón de los mortales. De todos modos, queda un dejo de optimismo final que motiva un soplo de redención a las vicisitudes del amor y la vida. Por supuesto y como los caracteriza, se dan el espacio para incluir esos lapsos instrumentales de piano, bronces o violín (“E-type”, “The organist entertains”, un lujito esta última) que hacen de telón para recibir un nuevo acto en esta obra dramática que presenta Tindersticks, cuales Shakespeares, en cada disco que hacen.

Están las canciones más pop como la adorable y lúcida “Flicker of a little girl” o “The hungry saw”; las de corte más típico, con aquellos preciosos arreglos de cuerdas que acostumbran, como “Come feel the sun”, “The other side of the world” o “The turns we took”; y las de tono más intimas y despojadas, como “Mother dear”, “Boobar come back to me” y “All the love”. Stapples, por supuesto, mantiene la voz y el nivel interpretativo incólumes.

Atesoramos estas obras y agradecemos que existan bandas como éstas, que acompañan con consuelo, refugian de la desgracia o miseria. The hungry saw es un disco que gana en cada escucha, se deja querer, y que sin llegar a igualar la calidad de los dos primeros álbumes de Tindersticks, queda a la saga como muestra de la maestría de esta especie de Los ??ngeles Negros ingleses.